Degradación moral

Federico Reyes Heroles

Para Manuel Arango, por su gran visión a favor de los otros.

El término incomoda. Gandhi lo llamaba el progreso moral de las sociedades. Se refería a esa sensibilidad civilizatoria que nos retrata. Nuestra relación y respeto hacia los otros, hacia los animales y el entorno. Vivimos días grises. Pero quizá lo más grave hoy sea la degradación moral de nuestro país.

Llevar flores y comida a nuestros muertos es un ritual muy popular y bello. Pero, cómo los tratamos cuando estaban vivos, eso sí define nuestra calidad humana. Ser progresista supone —como piedra de toque— cuidar de los vivos. Cuando un gobierno emprende una embestida en contra de organizaciones conformadas por personas preocupadas por alguna vertiente del sufrimiento humano, algo anda muy mal. ¿Conocen el Hospital de la Ceguera (252 mil consultas y 11 mil cirugías al año), atendido por notables oftalmólogos, al que acuden personas de muy escasos recursos? ¿Saben acaso de la existencia del Instituto Conde de Valenciana (500 mil consultas, 30 mil cirugías), donde varias generaciones de sólidos oftalmólogos, particularmente la familia Graue, han entregado su vida? Cataratas, desprendimiento de retina, etcétera. Y qué decir de instituciones como el IPPLIAP, que desde hace décadas abre a la vida a niños con problemas auditivos y de lenguaje, alrededor de 4000. Muchas instituciones surgieron de dramas personales, como APAC. Las fundaron personas que dedicaron sus vidas y en ocasiones sus patrimonios a una causa humanitaria. La mayoría no son conocidas: residencias para adultos mayores, hogares para niños en situación de calle y un largo etcétera. Pero los nuevos estalinistas consideran que esas actividades corresponden sólo al Estado, ven enemigos en aquellos que se ocupan del prójimo.

Desconocen la filantropía en concreto y en abstracto. Desconocen el sentimiento mismo de ayudar por ayudar. Sólo Por Ayudar, como lo fraseó Lolita Ayala. Eso para recordar a los pequeños. Pero qué hubiera sido de los casi 200 mil niños atendidos por Teletón. ¿Quién hubiera apoyado a los casi 4 millones de los beneficiados por Bécalos? Los mayores índices de bienestar en el mundo se han logrado en países que alientan al tercer sector porque aceptan que el Estado no lo puede todo y que —en ciertas áreas— los ciudadanos organizados pueden ser mucho más eficientes que una institución burocrática.

La mayor fuerza y valor de ese sector radica en la energía y pasión de personas que muchas veces no reciben un centavo. Por eso pueden ser más eficientes. Si quienes gobiernan estudiaran, sabrían que el tercer sector puede llegar a ser una poderosa fuente de empleos. No entienden al médico que cuida de los ojos del otro ni el cobijo a los ancianos ni la caricia a un niño. Tampoco entienden de números. Sufragan casi 29 mil mdp de pérdidas de la CFE, pero ahorcan a la filantropía para sacar centavos.

En lugar de invertir en la prevención del embarazo no planificado que marca cada año la vida de cientos de miles de niñas y adolescentes, de niños que quizá carecerán de la figura paterna, el Estado dirige sus obuses a debilitar las acciones que enaltecen al ser humano. Algo está muy podrido cuando no miran a los migrantes, niños y mujeres sufriendo, porque la única matriz de la maldad que conocen es el neoliberalismo.

La pobreza extrema atrapa hoy a casi 11 millones de mexicanos; los hogares más pobres reciben menos apoyos; un tercio de los hogares no pudo pagar renta o hipoteca; el sistema público de salud sólo cubre al 43% y, claro, el gasto de las familias en ese rubro aumentó 40%; 7 de cada 10 niños están expuestos a enfermedades infecciones y alrededor de 5 millones carecen de vacunación básica; según Unicef, en México hay cuatro millones de niños que no acuden a la escuela. La lista de problemas crece. Pero aquí el problema ¡es el sueldo del rector Graue!

La filantropía es parte del Estado. Se llama degradaciónmoral y tiene nombre y apellido.

Excélsior