El México exitoso

Leo Zuckermann

Escribo este artículo después de asistir al Gran Premio de la Ciudad de México de la Fórmula 1. Sé de los epítetos que me voy a ganar al reconocer este privilegio. Ni modo. Son parte de este oficio. Sobre todo cuando se trata de exaltar un México que me encanta: el de los que triunfan con un apetito insaciable de destacar.

Me refiero, desde luego, a gente como el piloto mexicano Sergio Pérez. Mejor conocido como el Checo, hizo ayer una carrera histórica. Durante 71 vueltas presionó a uno de los pilotos más importantes de la historia del automovilismo: Lewis Hamilton. Estuvo a punto de rebasarlo. Si no lo hizo fue por la gran experiencia del británico.

Pérez no cometió ni un solo error. Concentrado, ayudó a que su coequipero, Max Verstappen, ganara la carrera sin contratiempos. Lewis se quedó con el segundo lugar para que el Checo alcanzara el podio en el tercer sitio. Primera vez que un mexicano lo hace en territorio nacional.

El Autódromo Hermano Rodríguez se caía de la emoción. No exagero. Miles de gargantas apoyaron al mexicano. La ceremonia de premiación fue apoteótica. La imagen de ese México que desea destacar ganándose un lugar como uno de los mejores del mundo.

Y qué decir del evento. Una organización impecable. Nada le pide el Gran Premio de la Ciudad de México a cualquiera. Al revés. Lleva años siendo elegido como el mejor de todos los que se llevan a cabo en el año. Todo funciona como reloj suizo en una demostración de que, cuando se quiere, se pueden organizar eventos de clase mundial. Otra prueba más del México exitoso.

El presidente López Obrador ha tenido la enorme virtud de hacernos voltear a ver el México olvidado. El de los pobres que no tuvieron las oportunidades para salir adelante. El de las regiones que no se vieron beneficiadas por la globalización y la apertura comercial. Las terribles víctimas de un clasismo y racismo persistentes.

Sí, ahí está presente ese México que nunca debemos olvidar. Pero tampoco podemos perderle la pista al otro lado de la moneda, es decir, al México que ha salido adelante.

Seamos claros porque luego hay mucha confusión. México no es un país pobre, sino una nación de renta media. El desafío es dar el paso definitivo para convertirnos en una economía desarrollada con una sociedad mayoritaria de clases medias.

El evento de ayer del Gran Premio de la Ciudad de México nos recuerda que es posible hacerlo. Existen las condiciones. Tenemos las ganas y el capital humano. Que, cuando hay voluntad y acuerdo entre los sectores público y privado, pueden lograrse grandes resultados.

¿Es la Fórmula Uno un evento clasista? Desde luego. Sólo las clases media y alta pueden pagar lo que cuestan los boletos. En este sentido, es injusto para todos aquellos que no tienen los recursos para asistir. Pero, por esa razón, ¿debe cancelarse un evento de este tipo?

No lo creo. Más que denostar o suspender espectáculos como la Fórmula 1, lo que requerimos es un modelo económico que saque a los pobres de la pobreza para que un día, si se les pega la gana, puedan tener el dinero suficiente para divertirse un fin de semana viendo los mejores autos y pilotos del orbe. Una experiencia, hay que decirlo, que sólo 22 ciudades del mundo tienen cada año. Ése es el México exitoso al que debemos aspirar.

Quiero cerrar este artículo aplaudiendo al Checo Pérez, quien ayer tuvo uno de sus mejores días de su carrera profesional. He aquí la historia de un tapatío que, desde chico, se dedicó a hacer lo que le apasionaba: conducir automóviles de carreras. Comenzó en la categoría de kart a los seis años. Se mudó a Europa para ir mejorando y subiendo de categoría. Llegó a la Fórmula 1, donde estuvo en escuderías de media tabla. Sin embargo, con Racing Point realizó una temporada excelente que lo catapultó como uno de los mejores pilotos, por lo que Red Bull lo contrató como coequipero del joven maravilla Max Verstappen.

En esa calidad, ya en una de las mejores escuderías, ayer se presentó en el Gran Premio en su patria. Por primera vez con la posibilidad de llegar a un podio en territorio nacional manejando uno de los mejores automóviles. Y lo logró. No se achicopaló. Corrió como lo que es: uno de los grandes. Apoyó para que Verstappen ganara presionando en todo momento a Hamilton en su potente Mercedes. No perdió en ningún momento la concentración. Al final, subió al podio en tercer lugar con miles de compatriotas coreando su nombre. Gran día para el Checo. Y gran día para ese México exitoso que también, no hay que olvidarlo, es parte de nuestra realidad.

Excélsior