El triunfo de El Bronx

Héctor Aguilar Camín

Siempre existió en la Cámara de Diputados una caterva de ocasionados que se dedicaba a insultar a los oradores y a salpicar los debates parlamentarios con insultos, burlas y malos chistes.

En los tiempos de la hegemonía del PRI le llamaban a esa fracción de la Cámara El Bronx y el PRI lo usaba para fustigar a sus opositores, sin costo político.

No había que rebatir en tribuna ni quedaba constancia en el Diario de los Debates, y era un arma eficaz para disminuirlo todo sin bregar de más.

De algún modo El Bronx hizo escuela parlamentaria y empezaron a utilizar sus recursos legisladores de la oposición para, por ejemplo, romper el respeto ritual de que gozaban los presidentes cuando se presentaban al Congreso a dar sus informes de gobierno.

Siendo diputado, Vicente Fox se burló durante un informe poniéndose orejas de burro para sugerir que el burro era el presidente.

La evolución histórica del espíritu de El Bronx le cobró la jugada, pues Fox fue el primer presidente de la era moderna al que los herederos del Bronx, ahora en el PRD, no dejaron entrar al Congreso a leer su informe.

Desde entonces, 2006, los presidentes no puede ir al Congreso. Ni quieren: temen que los desahogos reencarnados del Bronx, en los que tienen expertos todas las bancadas de hoy, puedan mancharles la investidura, como dijo el presidente López Obrador al explicar su ausencia a la entrega de la Medalla Belisario Domínguez.

El Bronx y sus herederos son una versión degradada del espíritu de confrontación y aún de rispidez que es consustancial al debate democrático.

Pero cuando la confrontación se vuelve insulto y la rispidez encanallamiento, el espíritu democrático no gana filo, sino que se abarata hasta mellarse.

Es lo que sucedió durante la comparecencia del presidente del INE la semana pasada. Pero es lo que sucede, según los observadores presenciales, todo el tiempo en los debates del Congreso de hoy, por momentos solo una imitación de los peores ejemplos de las redes sociales.

La oratoria política mexicana no ha brillado nunca por su elocuencia. Alarma hoy por su vulgaridad y su ramplonería.

Es el triunfo de El Bronx.

Milenio