Crónica de una muerte no anunciada

Salvador García Soto

Arturo Herrera le pasó lo que a Santiago Nasar, el personaje de Gabriel García Márquez: todos en Palacio Nacional y en la 4T sabían que su sentencia de muerte había sido dictada y que él ya no sería el gobernador del Banco de México, como se lo prometieron, menos él. Como al joven despreocupado que recorre el pueblo sin saber que ya es casi un muerto en vida, al exsecretario de Hacienda nadie le avisó que el presidente López Obrador había decidido, prácticamente desde agosto pasado, que Herrera ya no era ese “economista con dimensión social” que él había descrito en público y que quería para encabezar el Banco Central.

Porque Herrera fue el último en enterarse que lo habían bajado de la postulación por la que dejó la Secretaría de Hacienda en junio pasado y se preparó para asumir lo que él mismo describía como “el mayor honor al que puede aspirar un economista”. Como Santiago Nasar, cuando finalmente leyó en un cartel pegado en las calles del pueblo que ese mismo día iban a matarlo y que ya casi era un fantasma en vilo, Arturo se sinceró en su cuenta de Twitter: “Con relación a la información que se ha vertido el día de hoy, quisiera confirmar que, efectivamente, el Presidente me informó hace una semana que había decidido reconsiderar mi nombramiento al frente del Banco de México”.

¿Por qué a Herrera le avisaron con varios meses de retraso que ya no iría al Banxico si ya desde el mes de julio el presidente no había ratificado ante el Senado su propuesta para el Banxico, acción necesaria para que los senadores empezaran a darle trámite al nombramiento? En la bancada de Morena en el Senado varios supieron desde hace meses que el Presidente —como los hermanos Vicario— había decretado la muerte inminente del postulado, pero todos guardaron silencio.

Hasta que la senadora del PAN, Kenia López Rabadán, cuyo pecho tampoco es bodega, hizo público ayer, desde la tribuna senatorial, la sentencia mortal contra Arturo Herrera: “Efectivamente se retiró el dictamen correspondiente, ya estaba incluso en el orden del día, ustedes lo recordarán que se retiró que no había los votos suficientes para aprobarlo en su momento”, dijo Kenia, que confirmaba así que desde agosto se decidió retirar la propuesta de Herrera al Banxico.

En agosto ocurrió lo que comentó la senadora López Rabadán, que en la Comisión de Dictamen de la Comisión Permanente, la mayoría de Morena, después de recibir el aviso de Palacio Nacional, decidió ya no someter a votación el nombramiento del extitular de Hacienda como gobernador del Banco de México, según dice la panista, porque no tenían la mayoría de votos suficiente para lograr su aprobación. La realidad es que, por razones que nadie ha explicado, López Obrador cambió de opinión con respecto a postular a quien había sido un leal y hasta incondicional secretario de Hacienda, tan incondicional que hasta lo dejaba redactar proclamas políticas como si fueran un Plan Nacional de Desarrollo.

¿Qué pudo haber hecho Herrera desde la banca política en estos meses para que el Presidente le perdiera la confianza y ya no lo considerara viable para su objetivo de tomar el control del autónomo Banco de México? Eso seguro lo tendrá que explicar esta misma mañana López Obrador, pero una de las versiones que se escuchan en Palacio Nacional es que los más radicales de la 4T, que están ganando cada vez más terreno, convencieron al Presidente de que Herrera no era la mejor opción para garantizar un cambio en la política financiera del Banco Central y en la autonomía que tanto cuestionan en el ala dura del gobierno, empezando por el propio Presidente, quien acusa a los integrantes de la Junta de Gobierno del Banxico de “ser más leales a la Reserva Federal de Estados Unidos que al gobierno mexicano”.

La otra explicación que suena en los pasillos de la Presidencia es que las diferencias entre Herrera y Rogelio Ramírez de la O se fueron haciendo más grandes desde que éste último lo sustituyó y que eso influyó para que el Presidente cambiara su postulación.

Sea cual sea la razón verdadera que llevó a López Obrador a decretar la muerte de las aspiraciones de Arturo Herrera, sin duda tendrá que dar una explicación pronta y clara ya no sólo a los mexicanos, sino a los mercados internacionales que ayer reaccionaron de inmediato a la cancelación presidencial, con una caída del peso de 0.56%, pues la moneda que abrió ayer martes en 20.09 por dólar, tras la confirmación de la noticia de que el Presidente había retirado la postulación de Herrera, cerró en 21.19 y en los momentos de más incertidumbre llegó hasta los 21.30 pesos.

Junto con las explicaciones oficiales tendrá que venir pronto una nueva postulación para gobernador del Banco de México, primero porque la incertidumbre y nerviosismo que ya se generó en los mercados, al no saber a quién propondrá el Presidente para encabezar al Banco Central debe de frenarse de inmediato antes de que haga más daño; y segundo porque los tiempos legislativos también apremian, pues el 31 de diciembre termina oficialmente el periodo de Alejandro Díaz de León, el actual gobernador al que López Obrador ya no quiso ratificar y luego lo descalificó en público acusándolo injustamente y con datos falsos de haber estado involucrado en la aprobación irregular de un crédito en Nafin, cosa que desmintió con pruebas el propio Díaz de León.

Así es que veremos en qué termina esta crónica de una muerte no anunciada y, una vez que el sentenciado a muerte ya se enteró y aceptó la sentencia, a quién propone ahora el inquilino de Palacio Nacional para ocupar una posición tan estratégica e importante para la estabilidad de la economía y las finanzas del país. ¿Será que en la misma lógica en la que mandó a Pablo Gómez a la UIF seguirán avanzando los del ala más radical de la 4T ahora en el Banxico?

Por si el contenido del “decretazo” que publicó el lunes por la tarde en el Diario Oficial de la Federación no fuera lo suficientemente escandaloso e inmoral, al pretender “blindar” todas las obras públicas de su gobierno para obviarles trámites indispensables como los estudios de impacto ambiental, los permisos ambientales o la obligada licitación pública, reservar todo tipo de información de los contratos públicos para no dárselos a la sociedad ni a los ciudadanos, además de dificultar amparos y otro tipo de recursos legales de ciudadanos inconformes con las obras que realice su gobierno, el presidente López Obrador se voló la barda al decir ayer que lo que él mandó publicar para que entrara en vigor “no es un decreto, sino un acuerdo”, tal y como tituló al documento que ya está siendo cuestionado por violentar varios derechos constitucionales de los mexicanos, además de favorecer la opacidad, la corrupción y la falta de transparencia en el manejo de los recursos públicos. ¿Cómo es que se puede llamar “acuerdo” a algo que sólo decidió el Presidente y que, si acaso pudo consultar a sus incondicionales colaboradores? ¿Cómo se acuerda algo en la intimidad y la omnipotencia del poder presidencial? ¿Se lo preguntó a su dedito y éste le dijo que sí con movimientos de arriba abajo? ¿Se paró frente al espejo y se preguntó a sí mismo si estaba de acuerdo con el decretazo que ningún otro presidente, aún de los más nefastos en la historia, se atrevieron a publicar? ¿O de plano preguntó en la alcoba del Palacio si concordaban con que un gobierno que dice representar “al pueblo bueno” no tiene por qué rendir cuentas, informar, ni realizar trámites engorrosos, licitaciones transparente ni mucho menos estudios para garantizar que sus obras sean positivas y necesarias y no dañen ni al país ni a su medio ambiente? A menos que, en la transmutación del poder que está sufriendo el originario de Macuspana, iluminado anticipadamente por la “ratificación de mandato” que ya promueve engañosamente entre los mexicanos, el supremo se haya dividido en tres, como el milagro de la Santísima Trinidad, y esas tres personas, que son un solo Presidente verdadero (“el mejor presidente de la historia de México”) hayan llegado al acuerdo de que no sólo ya no se pertenecen a ellos mismos sino que además ya no tienen por qué rendirle cuentas a nadie más que a su divino poder. Sólo así se entiende que el decreto presidencial autoritario se haga llamar eufemísticamente “Acuerdo”… Los dados mandan Escalera. Mejora el tiro y la semana.

El Universal