Decretazo y ‘Herrerazo’

Leo Zuckermann

El presidente López Obrador tiene razón: construir en México es una monserga. Se requieren mil y un permisos de las autoridades. Los trámites son eternos. Las barreras burocráticas, enormes. Si en algo falló el neoliberalismo fue en desregular para hacer más sencillo no sólo las obras, sino también la apertura y operación de los negocios.

Pero AMLO inventó algo que cualquier neoliberal envidiaría. La desregulación exprés vía un acuerdo presidencial. Se ha publicado en el Diario Oficial de la Federación que todas las obras de infraestructura que está realizando este gobierno serán consideradas como de seguridad nacional y, por tanto, tendrán un régimen especial. Las dependencias deberán otorgar las autorizaciones, dictámenes, permisos o licencias de carácter provisional en un plazo de cinco días. Si transcurrido ese plazo no se emiten, se considerará como resuelta en sentido positivo. De esta forma, las obras gubernamentales podrán ejecutarse sin ningún problema por un periodo de hasta 12 meses en que vence la autorización provisional.

Es el sueño neoliberal de cualquier constructor, público o privado. Adam Smith estaría muy orgulloso de López Obrador: “laissez faire, laissez passer”, “dejar hacer, dejar pasar”.

El problema es que esta desregulación sólo aplica para las obras del Presidente. Todos los demás seres humanos que quieran construir una casa, edificio, camino, fábrica, almacén o comercio deberán esperar meses, si no es que años, para conseguir todos los permisos de las autoridades federales, estatales y municipales.

Quién fuera Presidente para, de un plumazo, decretar una dispensa de trámites con el argumento de que sus obras son de “interés público y seguridad nacional”.

Se trata, desde luego, de un abuso de poder. Como yo sí puedo, yo hago lo que se me pegue la gana, mientras que los demás deben continuar con su vía crucis de la tramitología nacional.

Además, si estas obras se consideran como de seguridad nacional, no tendrán que estar sujetas a las “engorrosas” leyes de adquisiciones, obra pública y transparencia. Nada de licitaciones ni de informes de cómo se gastó el dinero. Opacidad que eleva las oportunidades para actos de corrupción. Así el decretazo de esta semana. Otro ejemplo más de que el Presidente es el que manda. Sólo sus chicharrones truenan.

Donde también tronaron los chicharrones fue en la casa del exsecretario de Hacienda, Arturo Herrera. Hace unos meses abandonó este cargo bajo la promesa que su jefe, el Presidente, lo nominaría como el próximo gobernador del Banco de México.

Herrera se fue a dar clases a El Colegio de México de teoría monetaria para refrescar su conocimiento en el tema. Pero algo hizo enojar a AMLO de la actuación de Herrera, por lo que decidió retirar su nominación en el Senado. ¿Qué fue? ¿Acaso no tenemos derecho a saberlo los mexicanos?

Dejaron colgado de la brocha al exsecretario y al país entero, que había tomado como una buena señal la llegada de Herrera al Banxico.

Ayer, cuando Carlos Loret adelantaba la noticia en su columna, el peso comenzó a depreciarse. En los chats de los banqueros cundía la incertidumbre. Si no va Herrera, ¿a quién nominará el Presidente?

Al momento de escribir este artículo, todavía no había respuesta. Tampoco es que haya muchos nombres disponibles. Tiene que ser alguien con solvencia económica, cercano, como quiere AMLO, al proyecto de la llamada Cuarta Transformación, pero que también inspire confianza en los mercados internacionales. No se ven muchos que digamos.

Mientras tanto, el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, sigue agazapado. No sale al público a explicar las decisiones de política económica. Hasta ahora, ha sido una decepción enorme de un consultor exitoso acostumbrado a explicar didácticamente la economía. Extrañamente, ha preferido guardar silencio en su nuevo y primer puesto público.

Lo de Herrera es una pena. El exsecretario de Hacienda tenía todo el potencial para convertirse en un buen gobernador del banco central. A lo mejor por eso removieron su nominación. ¿Preferirá el Presiente a alguien más cercano a él dispuesto a cumplir sus órdenes en el Banxico? Sería gravísimo. Una afrenta a la autonomía del banco. Por lo pronto, cero y van dos secretarios de Hacienda que acaban mal con el Presidente: Urzúa y Herrera. Y es que, en este gobierno, sólo los chicharrones de AMLO truenan.

Excélsior