De muros para evitar la salida

Leo Zuckermann

En mi oficina tengo una foto de unos tipos jubilosos derrumbando el Muro de Berlín. En el centro se encuentra una cápsula de plástico con una pequeña piedra de dicha muralla. Este souvenir lo compré en la capital alemana en un viaje que hice en 1999. Tiene un significado especial por razones familiares e ideológicas. Las primeras son harinas que pertenecen a un costal muy personal. Las segundas tienen que ver con un ideal liberal: la de un mundo sin fronteras donde los humanos puedan circular a su antojo.

Estamos todavía muy lejos de que este ideal se cumpla. A más de 30 años de la caída del Muro de Berlín, en otras regiones del mundo se han erigido otro tipo de “defensas” que evitan el libre tránsito de la humanidad. Ahí está, por ejemplo, el muro que construye Estados Unidos en su frontera con México o el que levantó Israel para evitar el cruce de los palestinos a su país.

Sin embargo, este tipo de muros, aunque muy deplorables, son diferentes del Muro de Berlín por una razón: los construye un país para evitar la entrada de ciudadanos indocumentados de otro país, mientras que el levantado en la ciudad alemana tenía la intención de evitar la salida de los alemanes del lado comunista al capitalista.

Imagínese usted vivir en un país que no le permite viajar, ya no digamos emigrar, sin permiso del Estado. Pues así era en los países comunistas (lo sigue siendo en Cuba o en Corea del Norte). Y es que, en estos sistemas, el ser humano es una pieza ínfima que está en función del gran fin social. En la construcción del mundo igualitario, el “nuevo hombre” no puede tener libertades individuales, incluyendo la de tránsito.

“Camarada, usted aquí se queda porque su destino histórico es construir, junto con nosotros, al nuevo hombre. Emigrar es traicionar al pueblo. Recuerde que la dictadura del proletariado es superior a la democracia burguesa. Y como usted no lo entiende, o es propenso a creerse la propaganda aviesa de los capitalistas, pues el Estado va a protegerlo. A usted lo que le conviene es quedarse. Punto. Aquí no hay derecho a pensar diferente ni a abandonar el buque de la Revolución. No puede haber discusión alguna. Por ello, en su beneficio, construimos este Muro de la Protección Antifascista. Nos sentimos orgullosos de hacerlo. Para que nadie pueda irse de lo que más le conviene. Por cierto, si intenta escapar, le dispararemos por traidor”.

Parece una broma. Desgraciadamente no lo fue.

La realidad es que la libre emigración resultaba muy penosa para los sistemas comunistas. Se veía muy mal que hordas ciudadanas abandonaran la Revolución. Era una derrota histórica. Por eso, prohibieron la migración con ferocidad.

Veo la fotografía con la pequeña piedra y me recuerda la estupidez humana. La imbecilidad de aquellos que se creyeron las teorías racistas y supremacistas. El error de los que justificaron que el hombre no tenía derechos inherentes porque lo importante era construir una sociedad igualitaria. Evoco la muerte de millones de personas por culpa de las ideologías totalitarias. Pero también recuerdo aquella maravillosa noche del 9 de noviembre de 1989, cuando terminó uno de los capítulos más terribles del siglo XX, el siglo más violento de la historia de la humanidad, como comprueba el historiador Eric Hobsbawm. Un capítulo que había comenzado el 30 de enero de 1933, cuando Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania y que terminó aquel día memorable en que los alemanes finalmente se reunieron y decidieron que el único camino es el de la democracia liberal.

Algunos han comenzado a olvidar esta historia. Por eso hay que recordarla de cuando en cuando. Yo, en lo personal, por eso conservo la foto con la pequeña piedra.

Excélsior