A fuego lento

Macario Schettino

Hace ya casi dos años, el 6 de marzo de 2020, le comentaba que, en mi opinión, el sexenio había terminado. Seguiríamos con el mismo gobierno, pero sin resultados ni dirección. La semana siguiente escribí cinco artículos explicando el porqué de tan lapidaria afirmación, y entre ellos, decía el miércoles 11 (Las consecuencias):

“Sin reforma fiscal, y sin aplicación de la reforma energética, no hay manera de que la economía pueda funcionar en los próximos meses. Eso era cierto antes del coronavirus …

Conforme la crisis en salud y el hundimiento económico se sumen a los reclamos por la seguridad, el Presidente montará en cólera. Su incapacidad de manejar sus emociones ya es conocida. Como es frecuente en este tipo de líderes, reducirá su círculo cercano a los más leales, y radicalizará sus posiciones. De seguir ese camino, su coalición se vendrá abajo… Por más ganas que tenga alguien de vivir en los años setenta, esa realidad ya no existe… Muchos elementos ya han percibido desde hace meses el fracaso, y han procedido a ordeñar sus espacios hasta donde les sea posible. Porque la corrupción no es privativa de un partido o grupo, es resultado de errores institucionales que no hemos corregido… la disociación entre el discurso presidencial y la operación de gobierno será cada día más notoria, incrementando la paranoia y el enojo”.

Creo que ya es evidente. Va cerrando su círculo, con personajes cada vez más leales (abyectos tal vez sea un término más adecuado) y cada vez más incompetentes. Sus proyectos han fracasado, y el acuerdo inconstitucional de hace unos días es un intento desesperado de terminarlos. Se ha recargado cada vez más en el Ejército, ha lanzado la sucesión, los conflictos internos crecen, y ha regresado a eventos masivos en el Zócalo, en la lógica de lo comentado: el gobierno fracasó, hay que fugarse hacia delante.

Lo que sigue es muy peligroso. No tiene ya López Obrador respeto alguno por la ley, como lo demuestra el citado acuerdo o sus recientes nombramientos, ni mucho menos sus lacayos, sea la responsable del Conacyt en su cruzada cultural-socialista o la gobernadora de Guerrero alterando símbolos patrios. Tampoco lo tiene el generalísimo Cresencio, como ya comentamos recientemente, y eso le da una dimensión diferente al asunto.

Aunque mi pronóstico de que la pandemia sería costosa en términos políticos para López Obrador fue erróneo, debido a que la población achacó la enfermedad al destino, ignoró los graves errores al enfrentarla, y acabó agradeciendo la vacuna, en el tema económico el deterioro sí es relevante. Por muy diversas razones (mañanera, medios, pensiones) el impacto sobre la popularidad es nulo. Al contrario, en las últimas semanas ese indicador ha mejorado, aunque las preocupaciones por la economía doméstica crecen.

Pero no es un tema de popularidad el que interesa. Carlos Salinas fue el presidente más popular de la historia hasta diciembre de 1993, y un año después, el más odiado. Lo importante es cómo, si la economía se sigue deteriorando, se puede procesar el descontento sin contar con canales institucionales para ello. Ni Morena es un partido en forma, ni el gobierno tiene ya funcionalidad. Una cosa es descalificar, bromear y prometer dos horas cada mañana, y otra cosa es tener mecanismos reales de respuesta a demandas de la población.

Aunque podría ocurrir como con las ranas, que metidas en agua que se calienta paulatinamente, no alcanzan a darse cuenta de la amenaza hasta que hierven. Podría ser que el empobrecimiento a fuego lento, las dádivas, y el chavo de las mañaneras sean suficientes para entretener al amplio público. Nos enteraremos pronto.

El Financiero