¿Y dónde está la herencia?

Eric Rosas

Hoy en día es bien sabido que el genoma, ese conjunto completo de las instrucciones que definen a un organismo o especie y se transfiere de progenitores a descendientes, está almacenado en los segmentos de ácido desoxirribonucleico (ADN) llamados genes. Tales unidades de información genética se encuentran concatenadas en gran número y ubicadas en locus o posiciones específicas de las largas cadenas de ADN que forman a los cromosomas. En el caso de las personas, al momento de la fecundación el espermatozoide aporta 23 cromosomas y el óvulo otros tantos, para completar así el conjunto de 46, que contiene toda la herencia genética necesaria para formar un nuevo humano.

Sin embargo, esto sólo pudo saberse hasta mediados del siglo XX, cuando en 1952 Alfred Day Hershey —nacido el 4 de diciembre de 1908— y Martha Cowles Chase, llevaron a cabo el desde ese entonces conocido como el experimento de Hershey y Chase; pues antes de su investigación no quedaba claro si el material genético que permitía la replicación de los virus, era transmitido a las células infectadas a través del ADN o por las proteínas de la cápside.

En su investigación Hershey y Chase usaron al fago T2, que es un virus bacteriófago cuyo aspecto resulta muy similar al del módulo lunar del programa espacial Apolo, con una cápside o cabeza que almacena su ADN, formada por planos triangulares hechos de proteínas y soportada por una cola con fibras en su placa basal a manera de patas. El fago T2 acopla su cabeza a la pared celular de bacterias como la Escherichia coli —causante del cólera— e inyecta su ADN para que se replique dentro de la bacteria originando nuevos viriones.

Hershey y Chase marcaron a los fagos T2 primero con el isótopo radiactivo 32 del fósforo (P-32), elemento que fue a alojarse al ADN, pero no a las proteínas de la cápside. Luego infectaron bacterias de Escherichia coli con los virus y encontraron que el marcador radiactivo P-32 sólo estaba presente en las células bacterianas infectadas, pero no en las cubiertas proteicas. En una segunda etapa marcaron los virus con otro isótopo radiactivo, esta vez el 35 del azufre (S-35) que, por el contrario, quedó alojado en algunas de sus proteínas, pero no en el ADN. Infectaron nuevamente a bacterias de Escherichia coli y esta vez no encontraron el indicador S-35 en las células de las bacterias infectadas, sino sólo en las cubiertas proteicas.

Dado que en las células bacterianas infectadas sólo se encontró el indicador P-32 que fue inyectado en el ADN del virus, pero no el S-35 con el que se marcó su envoltura proteica, Hershey y Chase concluyeron que el material genético se almacena en el ADN y no en las proteínas… y así, la luz se ha hecho.