Palacio, soledad e interlocución

Jorge Fernández Menéndez

¿Con quién habla el Presidente de la República? ¿Quién le transmite las impresiones, exigencias, preocupaciones de distintos personajes y sectores? ¿Cuáles son las vías de interlocución con empresarios, medios, políticos? No se trata sólo de que el actual gabinete haya perdido calidad y eficiencia, sino de que el Presidente, tan celoso siempre de la centralización y el control personal, se está quedando sin interlocutores y, por ende, cada vez más encerrado en el entorno que suele rodearlo, una corte de duros, algunos leales e ineficientes, incapaces de decirle que no o incluso de proporcionarle información fidedigna, lo que lo lleva a cometer errores evidentes con costos de todo tipo para su administración.

Después de 300 mil muertos reconocidos por la pandemia (cuando, según el propio gobierno federal 60 mil serían una catástrofe), cuando el Insabi hace extrañar cada vez más al Seguro Popular, cuando tampoco habrá en 2022 suficientes medicamentos, mantener al secretario Alcocer y al subsecretario López-Gatell, a los directivos del Insabi, suena a broma. En el sector salud sólo el IMSS funciona y si no fuera políticamente incorrecto decirlo, ese instituto tendría que reconfigurarse nuevamente como lo que fue IMSS-Solidaridad. Pero no se hacen cambios, ahí sigue un López-Gatell cada día más desprestigiado, sin interlocución alguna hasta con el sector médico.

Lo de López-Gatell es un caso extremo porque, pese a la ineficacia mostrada por la secretaría en todos estos temas, y pese al enfrentamiento abierto con muchos funcionarios, entre ellos Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum, el subsecretario se mantiene en su responsabilidad. El problema es que salvo con Zoé Robledo, todos los empresarios involucrados en el sector salud asumen que no tienen siquiera quién los escuche.

Pero ello se refleja en todos los ámbitos: el gobierno federal perdió a casi todos sus interlocutores. Cuando en septiembre pasado Julio Scherer Ibarra dejó la Consejería Jurídica aquí dijimos que su renuncia dejaba a “la administración López Obrador sin el principal interlocutor con diversos actores y sectores sociales, desde empresarios hasta comunicadores; desde legisladores hasta gobernadores, ministros y magistrados, del propio oficialismo y de la oposición. Dejará satisfechos a los sectores duros de la 4T, que consideran que imaginan la política con una lógica de imposición”. Agregamos que no sabíamos “quién podrá jugar ese papel, más allá de la buena voluntad política. Porque para eso se necesita conocer y ser conocido, saber que la palabra empeñada se va a cumplir y que en política, los acuerdos, las negociaciones e, incluso, hasta los distanciamientos o rupturas se dialogan. Cuando se ven las reacciones de actores y factores de poder ante la renuncia de Scherer, incluso de los más lejanos a la 4T, se puede aquilatar el tamaño de la pérdida que su salida implica para la administración federal”.

Lo mismo, aunque las formas y la dimensión fueran diferentes, puede decirse de la salida de Santiago Nieto, de Alfonso Romo, aunque las circunstancias fueron otras, de Carlos Urzúa o Arturo Herrera, de Germán Martínez, de la propia Olga Sánchez Cordero y muchos más. Sumado a ello, la sucesión adelantada no sólo deja al gobierno federal sin muchos de sus interlocutores, sino también enfrascado en una batalla interna que se puede convertir en su mayor dolor de cabeza.

No se trata sólo de duros vs. moderados. Esa división es real, pero duros y moderados hay en todos los sectores enfrentados: la diferencia principal está entre quienes tienen interlocución con la política, la economía y la sociedad, y quienes simplemente se convierten en los emisores de lo que quiere escuchar el presidente López Obrador.

En el entorno presidencial, si dejamos de lado a los secretarios de la Defensa y de Marina, no hay quien realice esas labores de acercamiento y diálogo. Lo hace, es su encomienda principal, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, pero lo hace prácticamente solo e incluso con una estructura notoriamente debilitada de la Secretaría de Gobernación. En Palacio está también Lázaro Cárdenas, pero muy poco más. El vocero Jesús Ramírez tiene tanta cercanía con el Presidente como lejanía con los medios, los empresarios y los políticos.

Los empresarios dicen estar más contentos con Rogelio Ramírez de la O que con Arturo Herrera, pero todos hemos visto que el titular de Hacienda no es precisamente el más dispuesto a hablar y comunicarse fuera de los canales oficiales. Y no hay quien reconstruya la confianza. La mayoría de las otras secretarías no aparecen, y quedan después Sheinbaum y Ebrard, que están haciendo un esfuerzo por tender puentes hacia muchos otros sectores, lo mismo que el senador Ricardo Monreal. Pero los tres son precandidatos y en eso están.

El tema sucesorio cruza todos estos conflictos y muchos otros, por eso en muchas ocasiones se quiere obtener mediante la judicialización de las diferencias lo que no se obtiene utilizando la política. Una vez más habrá que recordar aquello de la teoría del cerco a un presidente, sobre todo cuando se acerca la hora de elegir sucesor. López Obrador es cada día más un solitario en Palacio.

Excélsior