Sumideros cósmicos

Eric Rosas

La Teoría General de la Relatividad, dada a conocer a inicios del siglo XX, cambió nuestra anterior visión del universo al entregarnos uno espacio-temporal; es decir, un cosmos formado por cuatro dimensiones, tres de ellas espaciales y una más dada por el tiempo. Este entramado tetradimensional, según pudo demostrarse poco tiempo después, tras un eclipse solar ocurrido en 1919, no es inmutable, sino que tiene propiedades que lo hacen flexible y capaz de curvarse en las vecindades de los diferentes astros.

Esta curvatura es más pronunciada conforme la masa de los cuerpos astronómicos es también mayor, de forma que, por ejemplo, las estrellas enormes como nuestro Sol nos hacen sentir con mayor intensidad la existencia de estos pliegues —cuyo efecto es lo que habitualmente llamamos gravedad—, que otros que contienen una menor cantidad de materia, como puede serlo nuestra Tierra. Estas deformaciones del espacio-tiempo pueden visualizarse bidimensionalmente al simularlo con una sábana sobre la que coloquemos esferas de tamaños distintos; provocando así hundimientos más o menos pronunciados del tejido, dependiendo de los pesos.

Si aceptamos que entre mayor es la cantidad de materia de un objeto celeste, también es más pronunciada la curvatura que éste causa en el universo, entonces resulta fácil darse cuenta de que los astros con masas infinitamente grandes generan pliegues extraordinariamente pronunciados en el espacio-tiempo de sus inmediaciones; verdaderas rupturas del tejido cósmico que acaban con el espacio, pero también con el tiempo. La gravedad infinita resultante en las vecindades de estas singularidades del universo, les hace comportarse como sumideros capaces de atraer todo lo que se acerca más allá del límite denominado El Horizonte de Eventos o de Sucesos, incluso la luz, por lo que no habría manera de verlos, sino que lucirían totalmente oscuros; motivo por el cual han recibido el conocido nombre de agujeros negros.

Sin embargo; Stephen Hawking, quien nació el 8 de enero de 1942, postuló en 1974 que, si bien los agujeros negros devoran hasta la luz carente de masa, la rotación tan intensa de materia y energía que se da en las entrañas de estas singularidades espacio-temporales, tiene como consecuencia la generación de nuevas partículas que pueden escapar del sumidero en forma de “la radiación de Hawking”, si se encuentran suficientemente cerca del Horizonte de Sucesos. De esta forma, si los agujeros negros no encuentran la masa que puedan devorar indefinidamente, comenzarán a “evaporarse” a través de las fugas de materia causadas por estos chorros de radiación de Hawking, hasta eventualmente quedar extintos por completo… y así, la luz se ha hecho.