Tres veces tres

Macario Schettino

El viernes, el Presidente insistió en las tres reformas que anunció hace ya varios meses. Quiere que la Guardia Nacional esté en la Secretaría de la Defensa, y que ésta se transforme para contar con un Estado Mayor Conjunto; quiere una reforma electoral (que no está claro cómo sería); y quiere su reforma eléctrica. Las tres son malas ideas, pero ya no deberíamos sorprendernos.

Los tres grandes proyectos que ha impulsado hasta ahora han sido muy malos: Santa Lucía, Dos Bocas y Tren Maya. El primero es un absurdo, sin conectividad adecuada con la ciudad, con espacio limitado y, por lo tanto, necesidad de coordinar con el aeropuerto actual, que se está deteriorando rápidamente. Lo han estado promoviendo entre periodistas y empresarios. Los llevan a ver las instalaciones, y muchos de ellos quedan sorprendidos, porque esperaban ver una central camionera. En realidad, eso es, pero nueva. Si se compara con el actual aeropuerto, es mucho menor en capacidad, pero menos deteriorado, obviamente. Si se compara con el aeropuerto de Texcoco que ya estaría funcionando hoy, es una desgracia.

Dos Bocas es poco probable que funcione durante el sexenio, aunque seguramente se inaugurará, y su aportación al PIB nacional será muy pequeña, tal vez nula. Recuerde que la refinación en México reporta pérdidas, que no se van a reducir con las nuevas instalaciones: es un problema de exceso de personal. En cuanto al Tren Maya, no sólo se ha incrementado el costo, sino que ahora van a cambiar el trazo.

Los tres proyectos tienen algo en común: se hicieron en servilletas. No tenían proyecto ejecutivo, ni nada cercano a ello. No tenían los permisos para construirse, y por eso declararon a Santa Lucía de seguridad nacional, algo absurdo para un aeropuerto civil. Por eso el decretazo presidencial, porque no pueden cumplir las leyes, pero tampoco quieren que se revisen los gastos. Están saqueando todo lo que pueden, los honestos.

Las tres grandes políticas públicas tienen el mismo defecto: “abrazos, no balazos”, reparto de dinero, y soberanía energética. Ninguna de las tres tiene sustento técnico, académico, de política pública. Son tres ocurrencias, resultado de la trayectoria de López Obrador. En su vena religiosa, cree que la paz se alcanza con repartir bienaventuranzas (o algo peor, como escribe ayer Pascoe en El Heraldo, y otro día comentamos); en su vena priista, sabe que repartir dinero da votos; en su vena setentera, imagina un país controlado enteramente por él. El nacionalismo revolucionario cristiano es una utopía absurda, sólo posible gracias a los resabios del México priista y guadalupano.

Sus tres reformas de ahora buscan consolidar esas tres líneas de política: militarismo, autoritarismo, control monopólico. Para México, son amenazas muy claras. No será nada sencillo reducir el poder de los militares después de esa reforma, por ejemplo. La electoral sería, si ocurre, la primera desde 1977 que se alcanza sin consenso con las fuerzas políticas. La reforma eléctrica aseguraría el rezago del país, no sólo en lo energético, por décadas. Y las tres, como los magnos proyectos y las políticas públicas, no tienen detrás nada que no sea la voluntad, el deseo, la obsesión de López Obrador, que es permanecer en el poder.

Si a usted le dice que busca la seguridad del país, miente; quiere una guardia pretoriana bien aceitada. Si le dice que busca el bienestar de los mexicanos, miente; quiere agradecimiento que se refleje en votos, al menor costo posible. Si le dice que busca soberanía, lo que le quiere decir es que él será el soberano, y usted su súbdito.

Tres proyectos, tres políticas públicas, tres reformas. Todo sin sustento, sin planeación, sin objetivos, sin resultados. Pero ya van tres años. A ver qué queda.

El Financiero