El Presidente y la covid

Leo Zuckermann

El presidente López Obrador se ha contagiado, de nuevo, con el virus SARS-CoV-2. Le deseo una rápida y total recuperación.

Si hay alguien que sabe lo que significa enfermar de covid-19 es él. Ya se había infectado la primera ocasión hace un año. Tuvo que confinarse en su departamento en Palacio Nacional. Luego se supo que recibió un tratamiento especial de antivirales y antiinflamatorios que estaba investigando el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Qué bueno. Por fortuna, se recuperó completamente y regresó a sus actividades profesionales. Lástima que no todos los mexicanos tuvieron acceso a estas medicinas.

A pesar de haberse enfermado y sufrido en carne propia la enfermedad, el Presidente siguió resistiéndose a utilizar el cubrebocas en lugares públicos como medida para evitar el contagio del virus. Solo lo usaba en lugares donde era absolutamente obligatorio como en los aviones, la sede de las Naciones Unidas en Nueva York o la Casa Blanca en Washington.

Terco, como es y presume serlo, López Obrador no corrigió su actitud con respecto al cubrebocas.

El asunto no es menor viniendo del jefe del Estado mexicano. A lo largo de estos dos años de pandemia, he entrevistado a médicos, científicos y expertos en salud públicas. Todos, absolutamente todos, siempre enfatizan la importancia del cubrebocas como medida preventiva para evitar un mayor contagio. Y, sin embargo, el Presidente de México se rehusaba a utilizarlo. No sé si porque no creía en su utilidad o porque lo consideraba como una señal de debilidad para su imagen pública. El hecho es que, a diferencia de otros jefes de Estado y de gobierno del mundo, el nuestro no quiso educar con el ejemplo.

Por fortuna, sí aceptó la utilidad de las vacunas. Se aplicó dos dosis de AstraZeneca. No obstante, se volvió a contagiar, como lo han hecho muchas personas vacunadas. Dichosamente, como ya sabemos, la gente inoculada que se enferma tiene poca probabilidad de ser hospitalizada a causa de la covid-19, mucho menos de fallecer. Con toda seguridad, AMLO tendrá unos días de molestias, similar a los de una gripe, para luego curarse y retornar a sus actividades normales.

Ojalá en esta ocasión sí recapacite y use el cubrebocas cuando se recupere. Hace poco, él mismo mencionaba el viejo adagio de que “es de sabios cambiar de opinión”. No sería una muestra de debilidad. Por el contrario, se fortalecería su imagen como un gobernante serio y responsable frente a la mayor crisis sanitaria de las últimas décadas.

La pandemia ha sido un dolor de muelas para todos los mandatarios del mundo. Unos han reaccionado mejor que otros. Aquí, en México, el Presidente decidió minimizar el problema desde un principio. Famosamente, al segundo mes que estaban aumentando los contagios en 2020, se atrevió a decir que la curva de infectados ya se estaba aplanando. No era cierto.

Pero lo peor es que el Presidente le otorgó el manejo de la pandemia a un cretino ineficaz, vano y arrogante. Sí, me refiero al doctor Hugo López-Gatell. Con tal de quedar bien con su jefe, el subsecretario de Salud siempre minimizó la pandemia.

Dijo que la influenza estacional era diez veces más virulenta y mataba más que el SARS-CoV-2. Afirmó que la epidemia no era una amenaza ni sanitaria ni social ni económica. Se atrevió a rechazar la utilidad del cubrebocas para evitar los contagios (“Dan una falsa sensación de seguridad”).

Cuando los países exitosos implementaban ambiciosos programas para realizar pruebas masivas a su población, López-Gatell decía que era una “falsedad” que las pruebas permitían un mejor control. Calificó de un mito la necesidad de tener hospitales especializados para tratar la enfermedad. Inventó unos semáforos epidemiológicos que no sirvieron para nada (“En cuanto al color, es hasta cierto punto intrascendente”). Increíblemente se resistió a la vacunación de los menores de edad.

Eso sí, López-Gatell se la ha pasado haciéndole la barba a López Obrador (“La fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio, en términos de una persona, un individuo que pudiera contagiar a otros”).

Cientos de miles de mexicanos han fallecido por la incapacidad de contener la pandemia. Otro tanto ha quedado con secuelas por la enfermedad. ¿Qué otra métrica se necesita para comprobar al fracaso de López-Gatell en el pésimo manejo gubernamental de la epidemia?

Presidente, efectivamente es de sabios corregir. Ahora que se recupere de la covid-19, además de usar el cubrebocas como lo recomiendan los verdaderos expertos, remueva de su puesto a López-Gatell.

Excélsior