Cuando un presidente llora

Jorge Flores Martínez

La supuesta superioridad moral quedó derrumbada en escombros inútiles de los que difícilmente se podrá rescatar otra cosa que no sea su misma mentira. Era de esperarse, la historia es siempre tenaz y celosa observante de los que pretenden escribirla y adelantarse tramposamente a su resolución implacable. 

No son buenos los tiempos para el presidente López Obrador, el golpe mediático es profundo, justo en el flanco más frágil de un presidente que no es capaz, hasta el momento, después de dos semanas, de sobreponerse y retomar su agenda de todos los días.

Ya no hay forma de evangelizar a los mexicanos con eso de “la pobreza antes de la deshonra”. En Houston no hay pobreza, lo único que vemos es la deshonra de un presidente que nos mintió, traicionó y posiblemente robó.

Me parecería un exceso suponer que está derrotado, simplemente no ha podido reaccionar racionalmente, sus respuestas han sido emocionales al grado de llorar en su mañanera por todo el sufrimiento que pasaron sus hijos en los difíciles años como político opositor. Claro, lo hace olvidando el sufrimiento innecesario que él ha proporcionado a miles de niños y niñas con cáncer al negarles sus medicamentos, o a los miles de padres que han visto asesinados a sus hijos sin recibir un trato humano y generoso del gobierno, o a las mujeres que ha ignorado de forma cruel, por no decir los muertos de las masacres, que lejos de llorar, le arrancan una sonrisa.

Por momentos tengo la impresión que no llora por su hijo José Ramón, realmente llora por él, por la irremediable pérdida de su superioridad moral en la que sustentaba todas sus acciones para implementar una transformación de consciencias como requisito indispensable para escribir su paso por la historia.

Sabe que lo que está en riesgo no es su sexenio, es el derecho de piso para pasar a la historia como el gran transformador moral de una nación desmoralizada y pervertida que, en su personal visión, él es único que le puede dar la esperanza de regeneración.

Se terminó, ya no existe la superioridad moral, López Obrador se tendrá que reinventar, posiblemente radicalizar aún más, destruir todo lo que le impida ejercer el poder unipersonalmente, arrasar con la crítica y liquidar cualquier pensamiento distinto al suyo como traición a la patria.

Serán tres años de un presidente enojado con los mexicanos, donde toda acción conducirá a la aniquilación de lo que se le resiste y opone, donde solo se premiará la lealtad absoluta y la sumisión sin cuestionamiento.

Yo recuerdo perfectamente el momento cuando otro López, este Portillo, lloró frente a todos los mexicanos, parecía conmovido por los pobres y los marginados de siempre, pero López Portillo también lloró por él mismo, sabía que estaba condenado, su paso a la historia que con tanto esmero había escrito, se borró en un instante, ahora sería aborrecido por su pueblo para siempre.

Pero observo una diferencia entre los dos López, el primero lloró a escasos días de dejar el poder y aún así tuvo tiempo de destruir lo que pudo. López Obrador aún tiene medio sexenio para llorar y mucha destrucción por hacer.

Hay que temer a los presidentes que lloran, nunca lo hacen por el dolor de su pueblo, sus lágrimas son de impotencia de ver como la historia les borra lo que consideran su legado.