La conspiración

Jorge Fernández Menéndez

En Palacio Nacional están convencidos de que existe una conspiración nacional e internacional contra el gobierno del presidente López Obrador y ven encabezando la misma a grupos de poder de Estados Unidos. En los viejos manuales del populismo, después de la denuncia, viene la victimización y, más tarde, la conspiración.

No hay ninguna conspiración, lo que hay es un mal manejo político de la agenda y de los objetivos políticos, complicado con proyectos que chocan contra las propias normas que se ha dado el Estado mexicano, interna y externamente.

En la izquierda latinoamericana, más aún en ésta que no se sabe muy bien en dónde se ubica, porque en su seno hay de todo, siempre ha dominado el afán revolucionario. Se lo piden los duros al Presidente un día sí y el otro también. Ahí están Epigmenio Ibarra o Paco Taibo III, proclamándolo a los cuatro vientos. Creen que esto no se trata de una transformación, sino de una revolución. Y la revolución y la democracia nunca han sido compatibles.

En su más reciente libro, El nuevo Barnum, el escritor italiano Alessandro Baricco (un hombre de izquierda y de convicciones democráticas) se pregunta si “¿privatizar una compañía municipalizada (estatal) y con ese dinero abrir guarderías, es de izquierda o derecha? Como no hay una respuesta, me he acostumbrado, dice, a pensar que, más allá de las etiquetas, hay soluciones que mejoran la vida de los ciudadanos y otras que no lo hacen: el resto es un lujo poético que ya no podemos permitirnos”.

Descubrir una conspiración de Estados Unidos para quitarle los reflectores a una denuncia periodística; poner en pausa las relaciones con España; hacer una reforma energética que no se basa en ningún criterio de eficiencia y ahorro, sino en fortalecer, volver monopólica, a una empresa estatal; romper lanzas con los medios y los comunicadores porque no gusta lo que se publica o porque no comparten la visión gubernamental; insistir en estrategias de seguridad que no tienen resultados porque partieron de un mal diagnóstico, basado más en la ideología que en la realidad; no comprender que la situación de la salud pública es de catástrofe por diferencias con empresas farmacéuticas o porque se quiere crear un nuevo sistema de atención que no está basado ni en la experiencia ni en el conocimiento, son precisamente esos lujos poéticos que, diría Baricco, como sociedad ya no podemos permitirnos.

Pero esos lujos, en nuestro caso, dejan de ser poéticos porque nos dejan un número récord de muertes, ya sea por la violencia o por la pandemia; aumentan dramáticamente el número de pobres; nos cierra las puertas de las inversiones y, por ende, de la creación de nuevos puestos de trabajo formales y mejor pagados; nos priva de medicinas para los niños con cáncer y, sobre todo, nos deja con un país dividido, polarizado, lastimado, con heridas que tardarán mucho más que lo que resta de este sexenio en restañar. Hay patriotas o traidores a la patria. Así se desgarra el tejido social, no se construye nada.

Detengámonos un momento en el tema de la conspiración. Desde la Unión Americana (o desde España) no existe ninguna conspiración contra el gobierno de la 4T: lo que existen son profundas diferencias que, en su mayoría, ha generado la propia administración federal.

¿Cuáles son esos temas? Comencemos por el más evidente: la reforma energética, que viola en forma evidente no sólo el T-MEC y las normas de competencia, sino también la seguridad jurídica de las empresas que invirtieron miles de millones de dólares en México y a las que ahora se quiere despojar de forma directa o indirecta de esos bienes. No se expropia, como dijo Rocío Nahle, simplemente se revocan permisos y a ver qué hacen esas empresas con sus bienes si no los pueden utilizar. ¿Qué se pretende? Que algunos desaparezcan y otros vendan la energía a los precios que quiera la CFE. Ésta ya tiene, con las leyes actuales, el monopolio de la distribución, pero quiere quedarse también con el de la generación y con el control del mercado nacional.

A eso es a lo que se oponen en Estados Unidos, en España, en Canadá, nuestros tres principales socios comerciales (insisto en la palabra: socios), sin los cuales nuestra economía se derrumba, incluyendo los más de 40 mil millones de dólares en remesas que envían nuestros paisanos desde la Unión Americana. Si se cometieron abusos, hay que castigarlos legalmente, pero la intención no es ésa: es cambiar el marco legal aprobado en nuestras leyes y en los convenios internacionales y sobre los cuales se realizaron esas inversiones.

Estados Unidos está preocupado por la falta de una política medioambiental coherente con los acuerdos comerciales y medioambientales que ha firmado México. Está preocupado porque sigue creciendo el tráfico de droga a la Unión Americana. Por supuesto que hay responsabilidades compartidas en ese tema, pero la demanda de reciprocidad debe pasar por otros ámbitos, por ejemplo, por medidas como la demanda contra los fabricantes de armas que presentó la SRE en Boston, no enfrentándose con el presidente Biden por un apoyo ínfimo a una ONG.

Dice la socióloga Kate Starbird, de la Universidad de Washington, que “nos resulta más fácil aceptar una teoría de la conspiración que la realidad, que es mucho más caótica, azarosa y difícil de asumir”. En eso estamos en estos días.

Excélsior