La Tierra se mueve

Eric Rosas

En la época de esplendor del pensamiento helénico, filósofos como Niceto, Filolao, Heráclides Póntico, Ecfando “El Pitagórico” y Aristarco de Samos, plantearon la idea de que la Tierra no estaba quieta, sino que se movía. Filolao, por ejemplo, pensaba que todos los astros conocidos en ese entonces, el Sol incluido, giraban alrededor de un eterno fuego central; es decir, ya sugería que nuestro planeta experimentaba un movimiento de traslación. Heráclides Póntico y Ecfanto fueron de los primeros en admitir la posibilidad de que la Tierra girara alrededor de su propio eje, lo que hoy conocemos como el movimiento de rotación. Por su parte, Aristarco de Samos fue más allá, sustituyendo al fuego central concebido por Filolao, por el Sol, en lo que hasta ahora se acepta como la primera mención a un modelo heliocéntrico para nuestro sistema planetario.

Sin embargo, terminaron imponiéndose por varios siglos la consistencia que Aristóteles le dio a muchas de las ideas platónicas, así como las numerosas observaciones astronómicas que realizó metódicamente y que le permitieron apuntalar su modelo geocéntrico de un cosmos esférico y finito, en el que todos los cuerpos celestes entonces conocidos giraban uniformemente en esferas concéntricas alrededor de una Tierra fija. La concepción aristotélica fue retomada por Claudio Tolomeo para construir su modelo del universo en el que incorporó cierta complejidad del movimiento de Júpiter para tratar de explicar las observaciones de su movimiento retrógrado, pero manteniendo intacta la idea de una Tierra inmóvil.

De esta forma, el modelo tolemaico, cuya esencia descansaba en la filosofía aristotélica fuertemente respaldada por San Agustín de Hipona a finales del siglo cuatro y principios del quinto de la Era Común, prevaleció hasta la irrupción del pensamiento renacentista durante la baja Edad Media; concretamente cuando en 1491 Nicolás Copérnico —nacido el 19 de febrero de 1473— inició sus estudios en la Universidad de Cracovia bajo la dirección del matemático Albert Blar Brudzewski.

Tras alrededor de un cuarto de siglo de estudio, en el que Copérnico desenterró las ideas casi olvidadas de muchos filósofos de la antigüedad, pudo concebir un nuevo modelo de la dinámica celeste. Construyó un universo revolucionario en tanto que se sustentaba en el rescate de la idea de una Tierra móvil que le devolvía su posición de privilegio al Sol, conforme los planteamientos de Aristarco de Samos. Copérnico propuso este universo heliocéntrico en su libro titulado “De revolutionibus orbium coelestium” (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) publicado póstumamente en 1543, meses después de su fallecimiento… y así, la luz se ha hecho.