Las apariencias engañan

Eric Rosas

 de ubicar a cada uno de los puntos sobre la superficie de nuestro planeta mediante sus coordenadas esféricas: el radio desde el centro de la Tierra, su ángulo polar y el azimutal; Mercator les asignó su longitud y latitud para trasladarlas a sus correspondientes coordenadas x y y del plano cartesiano.

Tal proyección puede visualizarse al meter la esfera del mundo en el interior de un cilindro sin tapas, cuyo diámetro es mismo de la circunferencia ecuatorial, lo que hace que ambas figuras geométricas se toquen sólo a lo largo de ese paralelo. Luego de proyectar los continentes sobre la cara interna del cilindro, éste puede desdoblarse para mostrar la imagen que nos es tan familiar.

A pesar de no ser ésta la transformación cartográfica más exacta, la proyección de Mercator resultó muy conveniente porque posibilita el trazo de las loxodrómicas o rutas de rumbo constante —tan usadas en la navegación marítima—, como líneas rectas y continuas. Los costos que se pagan son la alteración de la distancia entre los meridianos, al mantenerla igual cuando en realidad se va reduciendo desde su máxima separación en el ecuador hasta su anulación en los polos, así como el alargamiento artificial de los paralelos a medida que éstos se acercan a los círculos polares, en donde realmente se vuelven un punto, pero en los mapas mantienen la misma longitud.

Tales modificaciones artificiales provocan que se pierdan las proporciones reales de una África que tiene 14 veces el tamaño de Groenlandia; un Brasil que es cinco veces más grande que Alaska, o una Rusia que no es tan extensa como aparenta… y así, la luz se ha hecho.