Federico Reyes Heroles
A la palabra la rodea un halo de pureza intrínseca. Alguien neutral es fiable. Pero la neutralidad no es un principio atemporal e inmutable. Suiza, Finlandia y Suecia dan el ejemplo.
¿Cómo ser neutral frente a una masacre? La guerra en Ucrania no es una suerte de conflicto interno. Es una invasión. Se ha violentado la soberanía de una nación. La fuerza se impuso a la razón y las leyes frente a los ojos del mundo. La afrenta es para todos. No hubo provocación ucraniana. La simple existencia de esa nación impulsó al autócrata. Por eso la condena de 141 de las 193 naciones en la Asamblea de la ONU. Pero la obligación ética va más allá de la condena. Se puede hacer mucho para –pacíficamente– presionar al invasor. La condena a la violencia es sólo el primer paso. Hacer todo lo posible para frenar al autócrata es un deber moral.
Las relaciones comerciales anuales entre México y Rusia son mínimas, menos de un día de intercambio con EU. No somos potentes en ese sentido, pero nuestra fuerza radica en ser la décima potencia en cuanto a población se refiere. Además, tenemos una rica tradición de política exterior establecida en nuestra Constitución. Con todas sus contradicciones, como no condenar a la dictadura cubana o guardar silencio cómplice frente a lo que ocurre en Venezuela, Nicaragua y Bolivia, México sí condenó a la dictadura de Franco o a Pinochet. Nuestra voz en el concierto internacional ha crecido conforme el país se ha democratizado. Nuestro compromiso ético con las democracias liberales se ha ampliado. Hace cuatro décadas era sencillo descalificar a México por ser un país de partido hegemónico, casi único, en el cual la alternancia era excepcional. El control gubernamental sobre la mayoría de los medios y la inexistencia de instancias de defensa de los DDHH, nos caracterizaban. Pero vino el cambio, la alternancia se extendió a lo largo y ancho de todo el país y en todos los niveles. La competencia es real. La libertad de expresión, hoy amenazada desde el poder, tiene ya raíces profundas. Los DDHH, por más que la cúpula del poder hoy los desprecie, están en nuestra agenda.
No podemos fingir demencia, pertenecemos al bloque occidental y nuestro principal socio comercial es todavía la primera potencia del orbe. La palabra bloque irrita a muchos, pero es inevitable. ¿De qué lado de la historia queremos estar? Sin duda, hemos avanzado, pero nos falta un largo trecho. El Foro Económico Mundial, y los institutos Cato y Fraser, publicaron recientemente un estudio de los derechos del ciudadano frente al Estado. Ahí México es vecino de Pakistán, de Argelia y de Rusia. No podemos jugar a la indefinición disfrazada de neutralidad, ya nos lo reclaman y con razón. EU es “injerencista”, pero con Putin “queremos mantener relaciones” cuando es un autócrata y esa autocracia es responsable de la muerte de miles de personas inocentes y de un penoso éxodo. Además, Putin ha puesto a la humanidad en peligro al atentar contra instalaciones nucleares. Hagamos lo que esté a nuestro alcance para presionar el retorno a la paz. ¿Para qué coquetear con Aeroflot?
En el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, 32 países votaron por investigar a Putin por crímenes de lesa humanidad. De América Latina tres países se abstuvieron de votar: Cuba, Venezuela y Bolivia. No queremos pertenecer a ese bando. México votó a favor, muy bien. Pero seamos congruentes. El aislamiento de Rusia no sólo es económico, también puede ser cultural, deportivo, entre otros. 100 compañías globales –de Disney, a BP, Amex o Nike– decidieron presionar. Nuestro papel en el Consejo de Seguridad ha sido correcto, pero allí estará el veto de Rusia. Su amenaza de utilizar sus misiles, como el Satán 2, que es 2 mil veces más potente que la bomba de Hiroshima, es real. El mundo está en peligro.
“Mantener buenas relaciones” es un garlito. Es hora de definiciones. ¿Neutralidad? No, política proactiva de aislamiento sin Aeroflot.
Excélsior