Responden al amor por Rusia

Raymundo Riva Palacio

De manera indirecta, el Pentágono respondió al amor del gobierno de México hacia Rusia y la sutil animadversión hacia Estados Unidos con una bomba: el Directorio de Inteligencia militar de Rusia, conocido por su acrónimo GRU, tiene en México el mayor número de espías del mundo. Nunca antes se había dado una declaración de esta naturaleza, que evocó los largos años de la Guerra Fría, particularmente en los 60 y la primera parte de los 70, cuando la ciudad de México, como Viena y Casablanca, estaba convertida en un campo de batalla entre las superpotencias, que veían a la capital mexicana como una plataforma de operaciones de inteligencia contra Estados Unidos.

En esos años, la CIA tenía a México como la sede de la Estación más grande en el mundo, después de Viena –en ese entonces la puerta de entrada a Europa oriental–, y los servicios de inteligencia mexicanos trabajaban de la mano de los estadounidenses, con vigilancia permanente sobre las embajadas soviética y de sus aliados. Por décadas la atención de los servicios de inteligencia estuvo ocupada en otras regiones del mundo, pero la nueva lucha por la supremacía mundial entre Estados Unidos y la alianza táctica de Rusia con China ha convertido a México y a varios países de América Latina en territorios en disputa.

Los coqueteos del presidente Andrés Manuel López Obrador con Rusia han levantado muchas cejas, pero hasta la invasión a Ucrania no se habían cruzado con sus críticas a Estados Unidos y analogías, como censurar la velocidad con la que el Congreso estadounidense aprobó un paquete de ayuda humanitaria a Ucrania mientras ha soslayado la asistencia económica a Centroamérica. Coincidió en la semana con la instalación del Grupo de Amistad México-Rusia que hicieron Morena y su aliado el PT en la Cámara de Diputados, el mismo día que Estados Unidos acusó al Ejército ruso de crímenes de guerra en Ucrania.

En Washington, donde no terminan de descifrar la forma como actúa López Obrador, empezaron a mostrar la información en su poder. En una audiencia en el Comité de Servicios Armados del Senado, el general Glen VanHerck, jefe del Comando del Norte, que es el paraguas de seguridad que abarca a Canadá y México, soltó a una pregunta del republicano Mike Rounds, sobre el crimen organizado trasnacional y grupos terroristas, que la inestabilidad que han causado en la frontera sur estaba siendo aprovechada por otras naciones, como China y Rusia.

VanHerck señaló que estaban buscando tener más acceso y mayor influencia en la toma de decisiones, y que eran actores “muy agresivos”, como lo tenían registrado en México y Bahamas, que es un puente de observación estratégica cercano a Miami. Rounds le preguntó si tenía evidencia y el general le respondió con la bomba. “Hay un gran número de agentes del GRU en México”, dijo. “Estamos observando muy de cerca”. El senador volteó a ver a la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur, y le preguntó si concordaba. Lacónicamente, pero no menos grave, dijo que “sí”.

Lo que sucedió ayer en el Senado no debe ser soslayado por el gobierno mexicano porque es algo muy serio. VanHerck dio poca información y está claro que, al ser una audiencia pública, los senadores no lo presionaron por detalles. Pero la pregunta que deben hacerse en la Cancillería mexicana y en las áreas de seguridad del gobierno es cómo supieron que la inteligencia militar rusa tiene en estos momentos el mayor número de agentes fuera de su país. La respuesta es una obviedad: también la inteligencia estadounidense está reforzando su oficina en México ante los riesgos que significa la creciente presencia de Rusia y China. Incluso, el gobierno del presidente Joe Biden, que quiere entender el porqué de las formas y decisiones del presidente López Obrador, ha estado incorporando a su personal diplomático a quienes tienen experiencia en países como Venezuela.

Es la primera vez que altos funcionarios estadounidenses vinculan el crimen organizado trasnacional con la geopolítica, y en particular con las condiciones que la inseguridad y la violencia han creado, que están queriendo ser aprovechadas por Rusia y China, según VanHerck. Esta situación nunca se había visto antes, incluso con presidentes abiertamente anti Estados Unidos como Luis Echeverría, de cuya experiencia podrían construirse los escenarios posibles que podría enfrentar López Obrador.

En 1964 Yuri Nosenko, un oficial de la KGB, el servicio de inteligencia civil –del cual fue jefe el presidente Vladimir Putin–, desertó a Estados Unidos, y comenzó a aportar información sobre los agentes civiles y militares del entonces espionaje soviético. Aunque hubo una intensa controversia dentro de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos sobre si era un desertor auténtico o un topo para suministrar información falsa, datos que aportó a finales de los 60 hicieron que el gobierno de Canadá deportara a 56 diplomáticos soviéticos, a los cuales acusó de espías.

Al perder a Canadá como base de observación y espionaje de Estados Unidos, la KGB y el GRU se trasladaron a México, me confió hace bastantes años en su casa Harry Rozistke, para entonces jubilado, que había sido el jefe de las operaciones clandestinas contra la entonces Unión Soviética. La intención nunca fue desestabilizar a México, como tampoco lo hizo la CIA u otros servicios de inteligencia extranjeros, sino vigilarse unos a otros y salvaguardar su seguridad nacional. En la primera parte de los 70, el gobierno de Richard Nixon presionó a Echeverría, quien expulsó a más de 60 diplomáticos soviéticos acusados de espías.

Aquellos tiempos de la Guerra Fría han regresado hoy con todas sus fuerzas con la invasión rusa a Ucrania, donde se están poniendo en renovada práctica estrategias como la disuasión militar, las presiones económicas y el fortalecimiento de la inteligencia. López Obrador debe estar alerta en esta turbulencia geopolítica que se vive, para no equivocarse en sus decisiones y definir con claridad en qué campo quiere y debe jugar, y las consecuencias que esa definición traerán.

El Financiero