La construcción de la narrativa de la elección del 2024

Leo Zuckermann

Como el Presidente no tiene un candidato que llene sus zapatos (por su personalidad y estilo tampoco podría tenerlo), desde ahora está construyendo la narrativa que la elección presidencial del 2024 será épica, histórica, de consecuencias graves para el futuro de la República. Desde Palacio Nacional, y el consiguiente eco de las redes gubernamentales y morenistas, se está proyectando una elección entre héroes y villanos, leales y traidores, honestos y corruptos, nacionalistas y vendepatrias. Ellos, desde luego, son los primeros, los eternos buenos que enfrentarán a las oscuras fuerzas del mal.

Tiene sentido esta estrategia. Para su desgracia, López Obrador no puede reelegirse. Por tanto, deberá designar a un candidato que pueda ganar la elección del 2024, su principal objetivo político en lo que resta de su sexenio. El problema es que los posibles aspirantes de Morena no tienen ni el carisma ni la popularidad del Presidente.

Su favorita, Claudia Sheinbaum, duerme a un niño hiperactivo. Lo suyo no son, ni de lejos, las arengas en las plazas. Tiene otras virtudes, pero no es carismática, esa cualidad que el sociólogo Max Weber definió como algo extraordinario en un político/a: del líder con autoridad porque cuenta con fuerzas o propiedades excepcionales a los ojos del público.

El miércoles antes de la consulta de revocación de mandato, Sheinbaum organizó un evento en el Monumento a la Revolución para enseñar el músculo de la movilización política de Morena en la capital. Intentó, como viene haciendo desde las elecciones intermedias del año pasado, imitar a López Obrador; una especie de clon. El resultado fue penoso por la falsedad del remedo. Un fracaso porque los políticos, por más que se esfuercen, no son actores. Cada uno tiene su estilo peculiar y el de Claudia no es el de AMLO.

Marcelo Ebrard tampoco derrocha mucho carisma que digamos. No tiene la capacidad de conectar con la gente como el Presidente. Puede incluso parecer arrogante. Pero, a diferencia de Sheinbaum, no trata de imitar a su jefe porque sabe que es imposible hacerlo.

Quizá el más parecido a López Obrador sea Adán Augusto López: es tabasqueño, habla como tabasqueño, se parece físicamente al Presidente y se apellida López. Si de imitaciones se tratara el 24, el secretario de Gobernación lleva la ventaja.

Sin embargo, cualquiera que sea de los tres, el hecho es que AMLO sólo hay uno y su nombre no aparecerá en la boleta en la próxima elección presidencial. Y ya sabemos que es muy difícil, si no es que imposible, trasladar el carisma y la popularidad de un Presidente a su candidato.

En este contexto, y con el fin de movilizar al electorado, lo que conviene es calentar la plaza pública. Y qué mejor forma de hacerlo que polarizar a los votantes definiendo la elección como épica. La epopeya de la nación que otra vez enfrentará una cita con la historia, la de bronce, de los libros de texto gratuitos, donde sólo existen buenos y malos. Los primeros que, a lo mejor, no tienen un candidato carismático, pero sí las mejores intenciones frente a los segundos que, a lo mejor, tendrán un candidato con mayor arrastre, pero con las peores pretensiones para el país.

De ahí que, terminada la votación de la reforma eléctrica en la Cámara de Diputados, donde no se logró la mayoría calificada para enmendar la Constitución, desde Palacio Nacional, haya salido la campaña de tildar a los opositores como traidores a la patria. Desde luego que no lo son. En una democracia liberal, nadie que piense distinto en cuál es la mejor manera de proveer y regular el mercado eléctrico, puede calificarse de eso.

Al gobierno y su partido no le importan estas menudencias. Lo que les interesa es ganar en 2024 y lo van a intentar imponiendo una narrativa sobre una elección histórica donde los votantes tendrán dos opciones: Luke Skywalker o Darth Vader. ¿Quién, en su sano juicio, quisiera votar por un traidor a la patria?

Se trata de una estrategia maniquea que parece de las primeras películas infantiles de Walt Disney (las más recientes son más complejas). Apela a un nacionalismo ramplón. Pero puede funcionar, aunque a un precio muy alto. Cuando a los adversarios políticos se les tilda de traidores, se cierra la posibilidad del diálogo y la negociación, condiciones necesarias para la gobernabilidad en una democracia. Yo no dudo que el candidato de AMLO gane en 2024, pero, como vimos estos días, el próximo Presidente tendrá enormes dificultades para conseguir los votos de los opositores diabólicos para sacar adelante su agenda de gobierno en el Congreso.

Excélsior