Reforma electoral

Jorge Flores Martínez

La democracia no es una graciosa concesión del poder a los ciudadanos, por el contrario, es la recuperación de la participación política de todos, y a la fecha, el mejor sistema político que como sociedad hemos desarrollado.

Nuestro país cuenta con una democracia muy frágil y un sistema electoral basado en la desconfianza. Esta desconfianza no es gratuita, el sistema político postrevolucionario se basó en una serie de caudillismos que se transformaron en un presidencialismo muy fuerte con un régimen de partido prácticamente único que fingía de forma casi perfecta ser una democracia funcional. Se podría decir que se trataba de una democracia a la mexicana. Nuestra siempre tan querida y casi folclórica forma de deformar todo hasta casi volverlo irreconocible.

Esta democracia a la mexicana es lo que se le denominó en su momento como la dictadura perfecta, funcionó más o menos mientras pudo aglutinar medianamente bien a una sociedad mexicana relativamente sencilla y en proceso de urbanización e industrialización.

Este proceso de un México urbano e industrial trajo consigo una sociedad más sofisticada que poco a poco, al principio, casi ingenuamente, empezó a exigir una democracia menos a la mexicana, una donde el voto contara y se dejara atrás la cultura del fraude y la simulación.

La construcción de la democracia moderna mexicana, que no a la mexicana, fue un proceso de décadas, inició con tímidas exigencias, tuvo su implosión en 1968 y terminó de consolidarse como un deseo de todos los mexicanos en la elección de 1988, donde a vista abierta muchos vimos el fraude desde el poder para mantenerse como factor político hegemónico.

Lo que vino después fue una reforma electoral impulsada desde la oposición, llámese izquierda o derecha. No había otro camino, las circunstancias y el proyecto de modernización e integración de México en el mundo así lo exigía, por no decir el malestar social de vivir en una democracia simulada durante tantos años.

La oposición fue logrando ganar alcaldías primero, gubernaturas un poco más tarde y los diputados suficientes para contener en algo al partido hegemónico de siempre. Se contaba con un Instituto Electoral ciudadano y autónomo del gobierno que garantizaba elecciones creíbles.

El proceso llevó como consecuencia a una transición política en el 2000, por cierto, los mexicanos logramos lo que pocos esperaban, una transición pacífica y democrática, que en el 2012 le regresó el poder al partido antes hegemónico que, ahora competía en unas elecciones en términos de igualdad y era capaz de ganar.

En el 2018, millones de mexicanos decidieron confiar el poder a Andrés Manuel López Obrador y a un partido de nueva creación que generó esperanza de cambio y una renovada conciencia democrática en los mexicanos. Todo en un proceso positivo, pacífico y democrático.

Por supuesto que es válido preguntarnos si nuestra democracia es cara o si nuestro sistema de partidos políticos es el que queremos. Cuestionarnos lo anterior es parte de nuestra evolución democrática como sociedad.

Pero no debemos olvidar que nuestra democracia es aún muy frágil, se encuentra en proceso de consolidación y está expuesta a ambiciones autocráticas y al deseo de regresar a la simulación y al fraude como única regla.

Además, no podemos dejar a un lado nuestra culturalmente aceptada inclinación al fraude electoral. Inclinación considerara en nuestra actual legislación electoral que esta basada justamente en la desconfianza y proclividad al fraude y que la hace muy costosa. La confianza no es barata.

Nuestro sistema electoral resistió los impulsos de los que no aceptaban derrota alguna, limitó el fraude como norma y consolidó una conciencia democrática en los mexicanos. Esto no es cosa menor, por el contrario, lo deberíamos valorar como uno de nuestros mayores logros como mexicanos.

Si la reforma electoral propuesta por el presidente López Obrador quiere regresarnos a la democracia a la mexicana, no cuenta conmigo.

La democracia a la mexicana era muy barata. También lo eran sus resultados.

Las consecuencias fueron muy caras, aún las pagamos.

Yo no quiero una democracia a la mexicana, solo quiero Democracia Mexicana.