Tres precandidatos, dos años de desgaste

Jorge Fernández Menéndez

Mientras el presidente López Obrador se alista para visitar Cuba en su gira por Centroamérica, una escala a la que le dará mayor tiempo y relevancia que a todos los otros países (Guatemala,

El Salvador, Honduras y Belice) de la región, la semana previa a ese recorrido estuvo marcado por la insistencia presidencial en alentar el proceso de sucesión adelantada que vive Morena.

Llama profundamente la atención que sea el propio Presidente el que quiera meter en un proceso electoral, a todas luces adelantado, tanto a los suyos como a la oposición: la semana pasada tuvo un largo discernimiento en la mañanera, incluso poniendo él mismo nombre y apellido a un candidato o candidata de la oposición que aún no existe, al mismo tiempo que rectificaba a tres de los suyos: una terna, como siempre lo hacían los viejos presidentes priistas, a los que el primer mandatario se parece cada vez más (y como ellos actúa).

Ahí confirmó, luego de la inesperada ovación con aplauso incluido y gritos de “presidente, presidente”, que provocó hace unos días para el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, ante todo el bloque de diputados del oficialismo. Más evidente no podía ser el intento de colocarlo, ratificarlo en esa carrera en la que ha entrado con mucha fuerza por méritos propios, luego de su designación en Bucareli hace menos de un año.

Marcelo Ebrard, luego de su corta visita a Washington, se incorporó a la gira centroamericana, donde tendrá oportunidad no sólo de operar en la cartera a su cargo, sino también de que el

Presidente lo vea hacerlo, pero también de poder estar cerca de él, algo que, contra lo que algunos podrían pensar, no es tan fácil para el canciller estando en México. Marcelo, que ya ha comenzado a recorrer mítines proselitistas, como el fin de semana en Hidalgo, asegura que estará en las seis entidades en las que habrá comicios en junio para apoyar a los candidatos de Morena.

Claudia ha pasado más desapercibida en estos días, pese a que, como Marcelo y Adán, recibió elogios presidenciales. Pero, a diferencia de sus otros dos rivales, la estrategia de Claudia ha

sido mucho más disciplinada: suele repetir hasta literalmente las opiniones y consignas presidenciales, en ocasiones a costa de su propio desempeño y posibilidades. No destaca por diferenciarse, sino por ser un signo de absoluta continuidad.

No es una buena estrategia: Claudia, si se quiere quedar con la candidatura, más allá del cariño y el apoyo presidencial, que sigue siendo evidente, debe diferenciarse. Nadie ha llegado a la candidatura primero, y a la Presidencia después, siendo un continuador absoluto de la línea de su antecesor.

Desde hace muchos años que un presidente no puede colocar a un candidato que sea su simple continuidad. Que recuerde, desde Lázaro Cárdenas nunca ha ocurrido. No sé si eso pensaba Díaz Ordaz, pero luego explicitó en muchas ocasiones que se había equivocado con Luis Echeverría.

Éste tenía como gran candidato a Mario Moya Palencia, pero prefirió colocar a uno de sus amigos, José López Portillo, entonces secretario de Hacienda, Echeverría dice que se equivocó y Moya, que fue disciplinadísimo, nunca comprendió por qué no fue él el candidato.

López Portillo terminó designando, obligado por las circunstancias, a Miguel de la Madrid, en las antípodas de su visión política. Como una suerte de regalo envenenado le dejó, ya como presidente electo y a unos días de que asumiera el poder, una estatización de la banca, de la que De la Madrid nunca estuvo enterado.

De la Madrid decía que Alfredo del Mazo era el hermano que nunca había tenido, pero decidió por Carlos Salinas de Gortari, en un proceso sucesorio que nunca pudo digerir Manuel Bartlett, que lo selló con la caída del sistema el día de la jornada electoral. El costo de la caída de Manuel lo pagó Salinas.

Éste sí pudo designar a su candidato, Luis Donaldo Colosio, por encima de Manuel Camacho que, por primera vez, se reveló contra la decisión presidencial. El levantamiento zapatista le dio alas a las aspiraciones de Manuel, pero éstas fueron tan evidentes que el tiro que mató a Colosio en Lomas Taurinas terminó con la vida de Luis Donaldo, pero también con las aspiraciones del propio Salinas, como de Camacho.

Al gobierno llegó Ernesto Zedillo, que nunca sintió que le debía la presidencia a Salinas. La suya fue una gestión en la que la sucesión fue enormemente manoseada a través de un proceso interno que desgastó tanto al PRI, entre Francisco Labastida y Roberto Madrazo, que le dejaron el camino abierto a Vicente Fox.

El primer presidente panista quería que su candidato fuera Santiago Creel. Se inconformó Felipe Calderón, que le ganó por amplio margen al entonces secretario de Gobernación. En 2006, Felipe comenzó su gobierno teniendo claramente en un lugar de preferencia a Juan Camilo Mouriño. La muerte de éste en aquel extraño accidente de aviación lo dejó sin candidato, y no pudo hacer crecer ninguna de sus otras opciones, ni a Ernesto Cordero ni a Alonso Lujambio, quien enfermó gravemente y meses después falleció. La candidata fue Josefina Vázquez Mota, con quien Felipe no tenía una buena relación.

Una vez más, el desgaste interno del partido en el poder le dejó la Presidencia en esta ocasión a Enrique Peña Nieto. Creo que Enrique jamás pensó que finalmente su candidato iba ser José Antonio Meade. Enrique nunca pudo decidir entre Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio. Eso ayudó al muy amplio margen de victoria de López Obrador.

Éste tiene ahora tres precandidatos designados, a casi dos años de la elección. Decidirá él, pero también el tiempo, la circunstancia y el destino. Todavía veremos mucho.

Excélsior