EMM

Federico Reyes Heroles

No es extraño encontrarlo en la farmacia o en el mercado dominguero. Vivir como todos, ser como nadie, sigue la consigna de Jean Cocteau. Es un vecino más que ha cuidado su jardín, a decir de Voltaire.

Los reconocimientos nacionales e internacionales que ha recibido (como el de Caballero de la Orden de las Palmas Académicas) rebasarían este espacio. Pero lo más notable del personaje no está plasmado en ninguno de ellos (miembro del Colegio Nacional), sino en la forma como los ha asumido para su crecimiento interno. Eso es el arte del humanismo. Es muy generoso, no regala bienes terrenales, pero sí algo poco común: comparte su conocimiento, lo que ha ido descubriendo, o las especulaciones que de allí desprende, las pone a disposición de sus colegas. Cree en el conocimiento como actividad social y no como un hallazgo personal. Orgulloso defensor de la vasta tradición que está detrás de él, de Sahagún a Caso, Gamio o Beatriz Ramírez de la Fuente. (Miembro de las Academias Mexicanas de la Historia y de la Lengua).

Ha pasado por infinidad de cargos administrativos, para él han sido oportunidades para conformar un equipo, para formar jóvenes y en una disciplina que requiere trabajo, pero, sobre todo, paciencia. Ha sabido usar la administración y no viceversa. (Una cátedra en Harvard lleva su nombre). Siempre habla con pasión de las aventuras en las que se encuentra, el hallazgo que viene no tiene precedente. Y, por lo tanto, a seguir escarbando se ha dicho. Comalcalco, Tepeapulco, Bonampak, Cholula, Coacalco, Tula, Teotihuacán.  (Miembro de la American Academy of Arts and Sciences). Detrás de los premios hay miles de horas de trabajo de campo en condiciones muy difíciles, mucha tierra, polvo y estudio. Internacional por ser conocedor de lo nuestro, defiende la expresión “encuentro de dos mundos”. No pelea con el pasado. (Orden de las Artes y las Letras de Francia).

A México, nuestro gran país, le regala a diario su energía, su pasión. El Templo Mayor le arrojó muchos reflectores, pero él siguió igual, salvo que recortó su luenga barba, se quitó 40 años de encima y con la nueva juventud adquirida se lanzó a llevar lo nuestro al mundo: Dioses del México Antiguo; Descubridores del pasado en Mesoamérica; Aztecs para la Royal Academy of Arts, de Londres; Isis y Quetzalcóatl para el Foro de las Culturas. Profesor e investigador, ha dejado infinidad de huellas, no sólo por sus múltiples obras, sino por sus agradecidos alumnos, entre muchos las Mateas Descalzas que lo fomentan. (Director del CIESAS y del Museo Nacional de Antropología).

No forma cotos de poder o cacicazgos, él sabe que lo único que a la larga puede ofrecer es conocimiento nuevo, fresco. No levanta muros alrededor de su fortaleza. (Medalla Henry B. Nicholson por la Universidad de Harvard). Pero con todo ese cúmulo de reconocimientos podría levitar, no es así. La arrogancia no es lo suyo. Él sigue obedeciendo a un humor natural que lo asalta cada vez que puede. Gozoso de los amigos y de una buena plática, él y su compañera, Gabriela, se alejan de la adulación y hablan siempre del presente y futuro con energía. A pesar de su especialidad, la arqueología, el personaje no está reñido con la modernidad. En sus exploraciones utiliza tecnologías de punta para evitar descontroles y errores del inevitable trabajo manual. Presume, pero de las dudas que lo aquejan por sus hallazgos. (Orden Andrés Bello). Quiere uno verlos, porque el humor y la sencillez acompañarán a la plática informada. Premios y más premios, y él va por la vida con su gozosa disciplina.

Antes folclórico con aspecto de clochard, hoy acicalado y elegante, es muy discreto, un hombre cálido que conversa con su jardinero y sólo desea trabajar por su país. Vaya ejemplo.

Eduardo Matos Moctezuma, hoy premio Princesa de Asturias, es un orgullo nacional. El silencio oficial y la molestia oficial por su independencia jamás podrán ocultar su grandeza. Él, en sí mismo, es una pieza de arte.

¡¡Felicidades, Eduardo!!

Excélsior