Marx y las dos izquierdas

Héctor Aguilar Camín

La historia del socialismo ha llevado siempre en el corazón el dilema de las dos izquierdas: la radical revolucionaria y la gradual reformista.

La primera de esas tradiciones conduce a Lenin, Stalin, Mao, Castro. La otra a Kautski, Lasalle, la social democracia anterior a la Primera Guerra y la posterior a la segunda, que gobierna la Europa de hoy.

La tensión originaria de ambos caminos, vigente en la América Latina, puede rastrearse en el mismísimo Marx, en sus posturas contradictorias frente a la insurrección de 1848 y frente a la comuna de 1872, ambas con epicentro en París.

Isaiah Berlin en su libro sobre Marx hizo la arqueología intelectual de ambos momentos. Marx creyó siempre que el camino a la liberación de la clase obrera sería la revolución proletaria, la cual daría paso a la dictadura del proletariado y esta, mediante la revolución permanente, al fin del Estado y el nacimiento de una sociedad sin clases.

En medio del incendio de 1848, nos dice Berlin, Marx adoptó la idea de que el tempo impersonal, hegeliano, del curso de la historia, podía acelerarse por la acción de una élite, un pequeño cuerpo, ya descrito por Babeuf en 1796, de individuos “convencidos e implacables, que se dieran poderes dictatoriales para educar al proletariado hasta que éste comprendiera el sentido de su tarea histórica”. (Berlin: Karl Marx, Princeton University Press, 2013, p. 176).

Este sería el camino de Lenin, la revolución rusa y sus herederos.

Escarmentado por el fracaso de la insurrección de 1848 y por la feroz restauración que le siguió, Marx volvió a su tempo hegeliano del movimiento autónomo de la historia, a la que es inútil forzar, y asumió la tesis de que “el primer deber de un líder revolucionario” no era asaltar el poder, sino “diseminar entre las masas la conciencia de su destino y su tarea”.

Traducido a la praxis, esta pedagogía desembocaba en una “política de expansión gradual y conquista lenta del poder”, y en “una presión sistemática sobre los patrones , mediante sindicatos y formas similares, para mejorar las condiciones económicas de los trabajadores”.

La línea reformista, dice Berlin, caracterizó la acción política de los partidos socialistas de fines del XIX y principios y mediados del XX.

Los rendimientos históricos de ambas izquierdas están a la vista, pero el “viejo topo” de la revolución sigue cavando agujeros en la cabeza de sus tercos herederos.

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