El triángulo del cártel de Sinaloa

Jorge Fernández Menéndez

La actitud del gobierno federal ante los grupos criminales del narcotráfico oscila entre la ignorancia, el desinterés, el miedo y la complicidad. La última gira del presidente López Obrador por el Triángulo Dorado, esa zona limítrofe entre Sinaloa, Durango y Chihuahua, que ha sido históricamente el centro del narcotráfico en el país, ha culminado, una vez más, con una suma de declaraciones tan sin sentido como desproporcionadas.

Al saludo a la madre del Chapo Guzmán y las confesiones de que él personalmente ordenó la liberación de Ovidio Guzmán en el pasado (no es verdad que Ovidio no tuviera, como se dijo en estos días, orden de aprehensión: tenía una solicitud vigente de extradición a Estados Unidos e, incluso, esa tarde, en el aeropuerto de Culiacán había un avión listo para llevarlo a la Unión Americana), lo que ratificó este fin de semana, se ha sumado ahora la solicitud de que se deje de llamar al Triángulo Dorado como tal y se lo denomine el triángulo de la buena gente. No sé cuánta buena gente vive allí, pero, en realidad y para ser más certeros, tendríamos que llamarlo triángulo del cártel de Sinaloa, porque es esa organización criminal la que manda y controla ese territorio.

Un ejemplo: la comitiva de prensa que acompañaba al Presidente, que fuera detenida e inspeccionada por un retén del cártel de Sinaloa, interrogados y prácticamente seguidos hasta el mitin presidencial, a pocos kilómetros del rancho, propiedad del Chapo Guzmán (propiedad donde vive su madre y otros familiares y a la que ninguna autoridad, por supuesto, ha pensado jamás en aplicarle, por ejemplo, la extinción de dominio).

El Presidente que se jacta siempre de sus largos recorridos por carretera, prefirió esta vez hacer ese recorrido por aire, en un helicóptero militar, y por eso no tuvo que toparse con los retenes de los narcos, como sí le ocurrió a su comitiva de prensa. Se dijo que ese camino en el que fueron detenidos colegas y funcionarios de medios de la Presidencia, fue supervisado por aire por el propio Presidente: es imposible que no se hayan visto esos retenes. También está claro que los sicarios no tenían intención alguna de atacar a las autoridades, sólo de controlar su paso y su territorio, porque en ese recorrido, esa comitiva nunca se topó con un retén militar.

Pero peor aún, el Presidente desestimó esos hechos, dijo que simplemente se trataba de gente que está cuidando sus territorios y aseguró que no existe control alguno del crimen organizado en alguna zona de México, y alegó que eso lo decían los conservadores y a los reporteros que lo interrogaron, les dejó una frase que tiene más de un sentido, les dijo: “No les crean a los conservadores porque si ustedes les creen, pueden tener problemas, me refiero a que les produzcan confusión”.

La verdad, quienes aseguran que amplias zonas del territorio nacional son controladas por el narcotráfico no son los conservadores, son funcionarios del propio gobierno federal, analistas, ciudadanos que viven cotidianamente esa tragedia. Lo dice también nada menos que el jefe del Comando Norte de la Defensa estadunidense en declaraciones ante el senado de ese país, y lo han refrendado otras autoridades de la Unión Americana. Según el general Van Herck, jefe del Comando Norte (donde se protege la seguridad interior de la Unión Americana, considerando a México y Canadá como parte, en ese sentido, de su territorio, y una instancia con la que el Ejército Mexicano mantiene una excelente relación) un 35 por ciento del territorio nacional está controlado por grupos criminales.

Como se pudo comprobar el fin de semana, el Triángulo Dorando (un territorio que literalmente vive del narcotráfico desde hace décadas y donde se han refugiado los principales narcotraficantes del país, comenzando por el Chapo Guzmán, el Azul Esparragoza y el Mayo Zambada, entre muchos otros) está controlado por los grupos criminales, tanto que el primer mandatario no pudo o no quiso trasladarse por tierra por la presencia de retenes de esos mismos grupos criminales que el Ejecutivo quiere seguir protegiendo, como dijo dos semanas atrás.

Pareciera que no se quiere molestar a los grupos criminales, en forma destacadísima, al cártel de Sinaloa, mismo que, cuando puede, también intervienen en elecciones. Lo vimos hace un año en Sinaloa y esperemos que esta visita presidencial no los impulse a actuar de la misma forma en los disputados comicios de Durango del próximo domingo.

No hay cárteles mejores o peores, hay cárteles diferentes. Y como tales sólo existen dos en México, el de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación. Ambos actúan de forma distinta, pero los dos recurren a la violencia, la extorsión y lo que sea necesario para mantener sus espacios, rutas, territorios.

Obviamente, pese a los manejos mediáticos, el de Sinaloa es mucho más exitoso que el de Jalisco, porque, más allá de conflictos internos, mantiene su mandos y estructuras principales (ahí está el Mayo Zambada que, a sus 74 años, nunca ha sido detenido) desde hace décadas, lo mismo que sus amplias redes de distribución en la Unión Americana, cada vez más enfocadas en el fentanilo.

Parece obvio también que esa visión la comparten las autoridades porque no han realizado acciones importantes en contra del cártel de Sinaloa en toda la administración ni antes ni después del Culiacanazo. Lo ocurrido en la reciente visita presidencial parece ratificarlo.

Excélsior