La discontinuidad de Gutenberg

Eric Rosas

Desde siempre los humanos nos hemos cuestionado respecto de la constitución del planeta en el que vivimos. Pero, horadar a grandes profundidades es una tarea que conlleva limitaciones físicas importantes, pues las condiciones de presión, composición atmosférica, temperatura o humedad se modifican grandemente y vuelven imposible la supervivencia. Por ello es que, para conocer la estructura y composición de nuestro mundo ha sido necesario basarse en otros fenómenos, como lo son el efecto que la densidad de las distintas capas terrestres tiene en la velocidad de propagación de las ondas sísmicas, ya sean naturales o generadas artificialmente.

Es bien sabido que las ondas mecánicas se transmiten gracias al contacto directo de la materia, por lo que, entre más denso sea el medio, sus moléculas estarán más cerca y favorecerán la propagación de la perturbación energética, aumentando su velocidad y viceversa. Debido a esto, cuando una de estas ondas mecánicas se crea a consecuencia del movimiento del material interno de la Tierra, su desplazamiento encuentra zonas con densidad uniforme en las que su velocidad se mantiene constante, pero eventualmente atraviesa fronteras con otras de distinta composición en las que su desplazamiento puede tornarse más lento o rápido. Este cambio les permite a los geólogos ubicar la profundidad a la que se encuentran estas interfases y proponer la estructura interna de la Tierra, como lo hiciera Beno Gutenberg, nacido el 4 de junio de 1889, al detectar la “Discontinuidad de Gutenberg” ubicada a unos 2 900 kilómetros de profundidad que separa al manto terrestre del núcleo de nuestro mundo.

Gracias a este método de estudio actualmente se acepta que, en lo que respecta a sus propiedades mecánicas, la estructura de la Tierra se divide en: litosfera, astenosfera, manto mesosférico, núcleo externo y núcleo interno; mientras que, en lo referente a la composición química, nuestro planeta está conformado por: corteza, manto superior, manto inferior, núcleo externo y núcleo interno. Entre estas dos estratificaciones existen traslapes; por ejemplo, la litósfera está formada por la corteza y por la parte más superficial del manto, que es sólida; en tanto que el manto se subdivide en: manto superior, astenosfera, zona de transición y manto inferior.

Aunque existen muchas otras regiones intermedias a las capas mencionadas y en general estas estratificaciones no son cascarones esféricos con grosores constantes, de manera simplificada se acepta que la corteza tiene un grosor de entre cinco y 75 kilómetros (km); el manto de unos 2 850 km; el núcleo externo de aproximadamente 2 260 km; y el núcleo interno de unos 1 210 km… y así, la luz se ha hecho.