Sin oposición

Jorge Flores Martínez

Puedo entender muchas cosas, es solo cuestión de ponerme a prueba. Puedo discutir sobre el aborto y comprender cualquier argumento; el feminismo y el lenguaje inclusivo, en algunos puntos estaré de acuerdo, en otros mi posicionamiento no será absoluto y en la mayoría escuchare con interés y respeto.

Los nacionalismos me parecen fanatismos absurdos, no puedo concebir que aún haya idiotas que crean que un color de piel, aspecto físico o lugar de nacimiento definan una superioridad sobre el otro. Pero hasta esas idioteces puedo escuchar, y sin mucho interés ni respeto, rescatar ideas que puedan sustentar algo medianamente inteligente. Muy poco por cierto.

Me puedo sentar con personas de izquierda o socialistas convencidos y escucharlos hablar sobre materialismo marxista y la creación del nuevo hombre resultado de la implementación ideológica que obligue a cambios en la naturaleza ambiciosa y capitalista del ser humano.

Puedo conversar con ateos aferrados y creyentes convencidos, es más, las mejores platicas son esas, donde, poco a poco, los extremos tienden a observarse en sus evidentes similitudes.

Pero hay algo que me rebasa, lo he intentado y acepto mi incapacidad, me es imposible aceptar los argumentos que pretenden normalizar los abusos autoritarios por un supuesto bien colectivo. 

No lo puedo aceptar y me parece una aberración normalizar cualquier acto que se aleje de la ley y la convivencia democrática que supuestamente nos debe regir a los mexicanos. No me gusta y me es repulsivo.

No hay medicamentos para los niños con cáncer porque el presidente quiere acabar con la corrupción en las farmacéuticas. El INE es muy costoso y el presidente quiere una democracia que nos cueste menos a los mexicanos. El Seguro Popular era pura corrupción, por eso el presidente lo canceló. Abrazos, no balazos. 

Todo eso me parece repulsivo, no entiendo en que momento perdimos, como sociedad, la capacidad de cuestionar a la autoridad. No entiendo y me rebasa por completo que se sabe que todo es absurdo, pero no se puede cuestionar ni mucho menos criticar al poder. La transformación de México es justo eso, la obediencia en la esperanza de un México mejor.

Hace muchos años leí un documento sobre la caja de pandora, donde según estudiosos en la cultura griega antigua, la maldición no estaba en el contenido de la caja, era la misma esperanza la mayor maldición. Esa esperanza que nos hace renunciar a modificar la realidad, ya que lo único que nos queda es que sea la misma esperanza la que nos salve.

En eso estamos en México, renunciamos a oponernos y cambiar nuestra realidad con nuestro esfuerzo y trabajo, que sea la esperanza la que nos salve. Somos ingenuos, ningún pueblo en la historia de la humanidad ha sido salvado por la esperanza. 

En México la oposición no tiene nada que ofrecer, esta inmovilizada por el discurso de esperanza desde el poder. Un discurso dirigido al que quiere redención es muy poderoso en una sociedad como la mexicana, donde de creyentes y crédulos se llenan las urnas.

La oposición debe ser pragmática, no hay nada que hacer, más que observar y delinear la estrategia de contención al discurso de la esperanza, que eventualmente, al carecer de resultados, empiece a entenderse hueca y sin sentido. 

En la segunda Guerra Mundial, ante el impulso nazi, los franceses se sometieron a la esperanza que no les pasaría nada, sus defensas serían suficientes para contener al invasor. Los ingleses, en cambio, se pusieron a fabricar aviones y bombas, sabían que su única esperanza era no tener esperanza.

Ese es mi consejo para la oposición en México, no tener esperanza, empezar a planear la invasión de Normandía.

Solo faltan los Churchill y los De Gaulle.

Ahí es donde está el problema.