200 años y la maldita desconfianza

Jorge Fernández Menéndez

Mientras en la Cámara de Senadores se preparaba la reforma a la reforma de la reforma del llamado plan B, con más de 90 cambios a la iniciativa aprobada en forma desaseada y vergonzosa en la Cámara de Diputados, sin que la enorme mayoría de los legisladores hubieran siquiera leído lo que votaban,  de la mano con los festejos de la Virgen (por primera vez en dos años sin limitaciones de participación), se celebraban los 200 años de las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos.

No es ningún secreto decir que se trata de las relaciones más complejas, integrales, codependientes del mundo. Con motivo de esa celebración estuvo en México uno de los funcionarios más cercanos al presidente Joe BidenChris Dodd, encargado de las relaciones con América Latina por la Casa Blanca.

No creo que haya sido simplemente una visita protocolaria, porque al mismo tiempo el presidente López Obrador dedicó buena parte de este lunes a reuniones con su gabinete de seguridad, en un momento en el que, más allá de los discursos, los números de la violencia siguen creciendo en buena parte del país, con puntos neurálgicos que parecen estar cada vez más fuera de control, como Zacatecas y Guerrero, donde la situación parece estar cada día más fuera de control.

La masacre de este fin de semana fue en Coyuca de Benítez, donde por hechos no demasiado diferentes, en la misma zona del estado, cayó el gobernador Rubén Figueroa en 1995, por la masacre de Aguas Blancas. Hoy hemos normalizado tanto las masacres que ni siquiera parecen ser una nota destacada.

Lo cierto es que se celebra el bicentenario de las relaciones bilaterales en un momento complejo donde, además, muchos de los temas centrales de la misma parecen estar clavados con alfileres que, tanto el canciller Marcelo Ebrard, como el embajador Ken Salazar, están haciendo todo lo posible para que nadie los desprenda, porque a ambos lados de la frontera hay muchos que están por la labor de quitarlos.

Los temas a abordar son inagotables: desde el crimen organizado, en su vertiente sobre todo del tráfico de drogas sintéticas y el fentanilo ilegal, hasta la migración, manejada cada vez más por el propio crimen organizado; desde el tráfico de armas de Estados Unidos hacia México (a cuya reducción se comprometió la administración de Biden) hasta el lavado de dinero de esos grupos. Desde la ciberseguridad nacional y regional, donde tenemos rezagos alarmantes, hasta la lucha contra el terrorismo, donde se han dado algunos de los capítulos de colaboración bilateral menos conocidos y más exitosos de estas historias; desde la construcción de zonas económicas y comerciales sólidas en estas nuevas épocas de duros enfrentamientos globales, muchas veces vulneradas (y en eso la responsabilidad nuestra como país es mayor por las políticas erradas en temas energéticos y agroindustriales, estos últimos por lo menos postergados hasta 2025), hasta la necesidad de adecuarlas a las exigencias nacionales.

La agenda de México y Estados Unidos es inabarcable, pero lo fundamental es buscar y encontrar una visión y un lenguaje común, en una época donde las tensiones para un distanciamiento son reales.

Algún día se debe comprender que no sólo estamos en América del Norte, sino que somos parte de este bloque regional y que aquí está nuestro presente, futuro y destino, en seguridad, en economía, en lo social y en el entorno diplomático. Ello no implica que no haya diferencias, como pueden tenerlas Francia y Alemania en la Unión Europea, pero ninguna de las dos naciones duda ni por un momento sobre cuál es su origen y destino. Tanto en México como en Estados Unidos hay quienes hoy aún no lo entienden así, aunque tengamos la frontera comercial más activa del mundo, vivan en la Unión Americana 40 millones de descendientes o nacidos en México, cuando nuestra economía en buena medida subsiste por los 50 mil millones de dólares en remesas que envían año con año nuestros paisanos.

México y Estados Unidos se necesitan. La historia ha demostrado no sólo que esa relación es benéfica para los dos países, sino también que, desde la perspectiva de la complementariedad regional, somos más fuertes, dentro de nuestros países y en el ámbito global cuando podemos aparecer, junto con Canadá, como un sólido bloque regional.

Vuelvo al tema de la seguridad bilateral. Nada puede vulnerar tanto al día de hoy la relación, como los desacuerdos en el ámbito de la seguridad. Incluso los comerciales y energéticos, al final, se tendrán que acomodar a la realidad, que suele imponerse a los devaneos ideológicos.

Pero en la seguridad lo que falta es algo clave y que sí se tuvo en el pasado: la confianza mutua. Hoy, lo que tenemos es exactamente lo contrario, se colabora, pero se desconfía; se apoya, pero se dan golpes por la espalda, se ven los problemas del otro pero poco los propios. Y eso ocurre a los dos lados de la frontera. Sucede con la migración, las drogas (sobre todo el fentanilo), las armas, el dinero, hasta con las propias instituciones. Ahí está hoy y estará mañana, el verdadero desafío bilateral: sin confianza y colaboración no se avanzará, los buenos deseos y las frases bonitas nunca van a alcanzar.

Excélsior