Irresponsabilidad

Macario Schettino

Hace ya algún tiempo que lo comentamos en este espacio, pero ahora también Enrique Quintana llama la atención al gran riesgo que significa la aprobación de una reforma electoral mal hecha, abusiva y que sólo cuenta con el respaldo de la coalición presidencial. En su opinión, podríamos enfrentar una crisis política como las vividas en 1988 o 1994. Yo añadiría, pero sin contar con una estructura institucional como la de entonces, que era de origen autoritario, pero existía. El consejero Ciro Murayama también recuerda que lo más importante de la democracia es que sirve para dirimir las disputas políticas de forma pacífica.

Estas dos opiniones, que muchos comparten, lo que implican es que alterar en estos momentos los mecanismos de acceso al poder para 2024 nos llevaría a una situación en la que no habría cómo resolver pacíficamente los conflictos. Uno siempre puede apostar a que no pasará nada, pero eso no es razonable, ni mucho menos aconsejable cuando se trata de un país entero. En diversas ocasiones hemos hablado aquí acerca del gran riesgo que corre López Obrador de que antes de terminar su gobierno sea evidente para grandes porciones de la población que resultó un incapaz. Puesto que la mitad de la población creyó en él, la decepción puede ser enorme.

Supongamos que la economía no logra mejorar durante 2023, o que la inflación no cede, o que la combinación de subir el mínimo sin orden e imponer vacaciones adicionales provoca dificultades para generar empleos. Sumemos a ello la terrible debacle del sistema de salud, que ejemplifico con una cifra publicada por México Evalúa: pasamos de 100 millones de consultas al año bajo el Seguro Popular, a 30 millones con el IMSS-Bienestar. Y agregue el reconocimiento del criminal López-Gatell de que no hay vacunas suficientes para la influenza, pero en realidad para nada. También en esto pasamos de cubrir más de 90% de los niños a menos de 30%. Son ya muchos golpes para una población que confió en un líder que no tenía idea de lo que hacía.

Todo esto ya existe, no estoy sugiriendo sorpresas, pero ésas existen todo el tiempo. Algunas golpean muy duro, como la pandemia, pero con un poco de suerte y mucha caradura pueden convertirse en anillos para el dedo. Otras tienen efectos muy especiales, como la invasión rusa a Ucrania, y a veces pueden moderarse con medidas costosas, como dejar de recaudar y perder con ello la renta petrolera adicional. Cada golpe, sin embargo, deja huella: en una economía más débil, en una inflación más alta, en cuentas públicas más vulnerables.

Frente a esto, la población actúa votando, y con ello se evita que actúe de manera violenta o desordenada. Si votar deja de ser útil, mientras que el enojo o la decepción son relevantes, los riesgos de la violencia crecen. En 1988, el estallido se evitó por un puñado de personas, destacadamente Cuauhtémoc Cárdenas, que optaron por la política. En 1994, los magnicidios, la rebelión, la crisis, apenas pudieron controlarse aceptando el fin del partido único y, no lo olvidemos, entrando a la democracia.

Es claro que López Obrador no quiere elecciones libres en 2024 porque no cree que pueda ganar. Es claro que está intentando destruir al INE por eso. Pero en ese camino está poniendo en riesgo la paz social en todo sentido. Ya ha promovido la participación del crimen organizado en elecciones locales, pero de diferente forma para cada grupo, ha minado el espíritu del Ejército, ha ampliado el conflicto al interior de las Fuerzas Armadas.

Es muy probable que prive la decepción en buena parte de los mexicanos. Si no pueden reflejarla en las urnas, el enojo será difícil de procesar. Si, además, los grupos armados tienen dinámicas extralegales, de enfrentamiento, la crisis de 2024 podrá llamarse, con todas sus letras, guerra civil. De ese tamaño es la irresponsabilidad de López Obrador.

El Financiero