Federico Reyes Heroles
Todas las palabras que lanzamos obtienen una respuesta. Si fueron bien intencionadas, serán semillas y habrá fruto. Si fueron veneno, moriremos envenenados.
Luciano Talbek
“Al diablo con sus instituciones”, quizá ésa sea la ponzoña más recordada hoy. Ahí se delató una actitud de destrucción anidada en la mente de quien fuera un candidato a la Presidencia, la institución quizá más visible frente a los mexicanos. Revisemos de nuevo esas palabras. Las instituciones a las que él acudió por voluntad para conquistar la Presidencia, en el fondo no eran las suyas. La incomodidad por la derrota lo puso a prueba. La autoridad electoral –con Luis Carlos Ugalde a la cabeza– condujo con prudencia la más difícil de nuestras elecciones modernas, un margen de 0.56%. Declarar ganador por un estrechísimo margen al partido en el gobierno fue un sismo y el país resistió. En el 2000 todo fue diferente, el cómodo margen –alrededor de 6%– a favor de la oposición era ideal. Las expectativas eran enormes: el partido en el gobierno perdía después de 70 años. Ernesto Zedillo reconoció los resultados a buena hora. Hubo enojo y conato de rebelión en el PRI: “Ernesto Zedillo ha perdido su capacidad de conducción, ha dejado de ser el líder moral del PRI. No debe mandar un minuto más”, dijo… Bartlett. El mismo que calló al sistema en el 88. Zedillo sorteó la situación. México evolucionó.
Pero en 2006 el derrotado reaccionó diferente, con un intento de extorsión. El proceso seguía, estaba en manos del Tribunal. Ante la decisión del INE, la reacción fue llamar a la violencia. Días después de la elección, el 30 julio, el candidato derrotado convocó a un “plantón” total, que afectaría la vida de millones de ciudadanos. Impedir el paso es una agresión grave a la que quieren acostumbrarnos. Se violenta una garantía individual: la libertad de tránsito, artículo 11 constitucional. El derrotado solicitó como contraprestación un recuento total, voto por voto. Pero las denuncias e impugnaciones no alcanzaban el umbral legal para llevarlo a cabo. Amachado en su petición, quería que la República se hincara ante él. Alegó que los medios habían ejercido discriminación en contra del PRD.
Pero el Tribunal –que no había encontrado pruebas de las supuestas irregularidades– sí aprobó, en un acto sin precedente a nivel nacional, un recuento en 9% de las 130 mil mesas electorales, justo en los centros de votación específicos donde había indicios de irregularidades. Fue una muestra más que representativa. Pero nada fue suficiente, vino otra amenaza: “Lo saben los magistrados, lo sabemos todos… Si se quiere resolver el problema, no hay que andar con indecisiones… queremos la apertura de todas las casillas”, lanzó López Obrador. El Tribunal estaba resguardado por centenares de policías, ése era el ambiente. El Ejército vigilaba los paquetes. “Vendidos”, “rateros”, “traidores” gritaban a los magistrados afuera del inmueble, según consignó El País. Pero el Tribunal respaldó los nuevos resultados, que tampoco arrojaron lo que el perdedor deseaba. En septiembre, el Tribunal terminó el recuento y ratificó el triunfo de Felipe Calderón. Habrían de transcurrir dos tensos meses con todo tipo de protestas y actos vandálicos, bloqueos para impedir el acceso al recinto legislativo. Calderón tomó posesión a pesar de una andanada de amenazas y la continuidad institucional sobrevivió.
Diez días antes, López Obrador se declaró presidente legítimo y en esa farsa lo acompañaron algunos que todavía circulan.
No hay sorpresas: la amenaza y la extorsión como formas de conquistar el poder. En la Convención Bancaria de 2018 ratificó su estrategia: en caso de fraude, si el tigre se soltara, él no lo amarraría. ¿Cuál fraude, cuál tigre?
Buscan que el INE falle y desde ahora inyectan veneno. “Exterminar” fue el verbo de Mario Delgado. “Destazar”, el de Adán Augusto López, “hacer piezas de una res muerta”, eso quieren. Son prisioneros de sus palabras.
“Al diablo…”
Excélsior