De cercos y falsas lealtades

Jorge Fernández Menéndez

Dicen que las dictaduras se destruyen desde dentro, y el mismo principio puede aplicarse a cualquier régimen más o menos autoritario en la medida en que disminuyen los espacios de competencia.

La mejor demostración la hemos tenido en Rusia en las últimas horas por la rebelión del grupo Wagner, una extraña mezcla de mercenarios, delincuentes peligrosos liberados de prisión, exsoldados, contratados por Putin para pelear la guerra de Ucrania en primera línea. Los Wagner se rebelaron contra Putin argumentando que eran atacados por los militares del régimen y exhibieron su debilidad en forma más evidente aún que todo lo sucedido en más de un año de guerra con Ucrania.

Nunca sabremos por qué las tropas de Wagner se detuvieron en su marcha hacia Moscú, de donde ya había huido Putin, y por qué su líder aceptó el exilio en Bielorrusia, pero lo que fue evidente es que existe una fractura en las fuerzas militares rusas y que el poder de Putin se asienta cada día más en ellas. Y todos sabemos que las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse sobre ellas.

Pero, regresando a México y con toda la distancia que existe entre los dos casos, el ejemplo ruso vale también para explicar por qué el presidente López Obrador está tan interesado en que no haya rupturas en el proceso de selección de candidatos en su partido. No se trata sólo de que podría fraccionarse el voto, sino de que el movimiento de Morena en sí mismo puede diluirse sin un liderazgo que lo cohesione en el futuro inmediato.

Los cuatro, o seis si se quiere, aspirantes, están en su lógica, en una campaña apagada y atados de manos porque no pueden debatir ni pueden referirse a los otros, salvo algunas puntadas muy ocasionales. Pero los golpes por debajo de la mesa, las intrigas, los golpes bajos directos o indirectos, las campañas sucias ya están ahí. Y no suelen venir de opositores.

Junto con ello existe otro fenómeno dentro de la propia 4T, que lo que busca es encerrar lo más posible al presidente López Obrador y endurecer todas sus posiciones. En realidad, es el guion que han seguido todos los gobiernos de la izquierda populista latinoamericana que han derivado hacia regímenes autoritarios. Ante los temores, la desconfianza, el propio narcisismo de los líderes, ante la incapacidad de poder concretar en hechos las promesas, hay que buscar culpables, mientras los líderes y sus más cercanos se cierran.

Y, en ese contexto, los más duros, los menos políticos, los que deben sus carreras exclusivamente al líder hacen de la lealtad una falsa bandera que en realidad es una forma de cercar, cerrar espacios y no tener salidas ante los conflictos. Se comienza a descalificar y expulsar a todos, para quedarse con la pureza del movimiento. Lo vimos desde la Revolución francesa hasta hoy: con Robespierre guillotinando a los líderes más moderados, con Marat suicidándose, lo vimos con Stalin imponiéndose a todos los principales dirigentes de la Revolución rusa; en Cuba, con Fidel deshaciéndose de todos menos de su hermano Raúl, desde Camilo Cienfuegos hasta el Che, pasando por Arnaldo Ochoa, o lo vemos hoy en la Nicaragua de Daniel Ortega y Rosario Murillo, quienes se han devorado a todos sus compañeros de lucha y retrocedido a tiempos peores que el somocismo.

Una de las cosas que lo confirma es la ausencia de negociadores en el gobierno federal. ¿Quién opera, quién es interlocutor, quién funciona como el articulador de las políticas fuera del despacho presidencial? Nadie, el propio Presidente. Alguna vez fueron Alfonso Romo, y Julio Scherer, con varios otros interlocutores por fuera del gobierno. Desde la salida de ambos, que cumplieron fielmente las órdenes presidenciales, llegó Adán Augusto López a Gobernación y concentró todos esos hilos, y fue, en muchos sentidos, el operador personal del Presidente. Ahora, Adán ya no está y no queda nadie. Luisa María Alcalde me parece una joven mujer muy respetable, pero no parece tener ese bagaje ni esos hilos en sus manos. No es un problema de edad o de género, sino de experiencia y relación personal. Me asombra que desde los ámbitos duros del entorno presidencial se diga que con Alcalde ahora sí llegó la 4T a Gobernación, ¿antes Adán u Olga no lo eran? Es pregunta.

La interlocución con muchos sectores se ha perdido, dentro y fuera del gobierno. ¿Quién atiende el creciente descontento en las fuerzas armadas por temas como las detenciones de militares por la investigación de Ayotzinapa?, ¿y los derivados de la violencia y la delincuencia?, ¿la situación de los agricultores?,  ¿la crisis del fentanilo, de la energía, del comercio agrícola con Estados Unidos? El Presidente se convierte en el único interlocutor y pierde así sus fusibles, sus brazos operativos, al tiempo que arrecia la guerra interna.

El problema cuando un presidente se deja cercar por los duros es que lo que se endurece, inevitablemente, es su política y se anquilosa el discurso. Los que cercan a un presidente siempre argumentan que es para defenderlo, en realidad lo hacen para acotarlo y tratar de manejarlo, alejándolo de otros interlocutores y realidades. Y cercarlo, mentirle, acomodarle la realidad a su agrado, no es una muestra de lealtad, es la más clara, esa sí, de las verdaderas deslealtades. Regresando al principio, son algo así como los mercenarios de Wagner que, jurando defender a Putin, terminaron volcándose contra él, argumentando que estaba siendo traicionado internamente. Así se cierran los círculos.

Excélsior