Donald Trump es el candidato ‘de facto’ del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos después de su victoria en las primarias de New Hampshire, donde, con el 91% del voto escrutado, había conseguido el 54,84% de los votos, mientras que su principal rival, Nikki Haley, estaba en el 43,21%. Son dos triunfos consecutivos. Es su segunda victoria tras la de Iowa, hace diez días. Ningún candidato republicano que haya ganado en las dos primeras primarias ha dejado escapar la nominación de su partido a la Casa Blanca.
En los próximos días y semanas, Haley va a estar sometida a una tremenda presión por parte de los líderes del Partido Republicano para que retire su candidatura. Va a ser una lucha interesante, porque la ex gobernadora de Carolina del Sur y ex embajadora en la ONU – cargo para el que fue propuesta, precisamente, por Donald Trump – ya ha dicho que no se piensa ir. “Esta carrera dista mucho de estar acabada”, dijo anoche en New Hampshire, en el discurso que dio tras conocerse los resultados. Por de pronto, su campaña ya ha anunciado una inversión en publicidad de cuatro millones de dólares (casi cuatro millones de euros) en el estado de Carolina del Sur, que celebra sus primarias exactamente dentro de un mes.
Falta le hará a Haley invertir en publicidad, porque las encuestas dan a Trump en ese estado nada menos que 30 puntos de ventaja sobre Haley. La diferencia es aún más sangrante porque la candidata nació en Carolina del Sur, se crio allí, desarrolló su carrera política en el estado y acabó siendo gobernadora hasta que Trump le propuso representar a Estados Unidos en Naciones Unidas. Para hacer más sangre, en los últimos días gran parte de los cargos electos de Carolina del Sur han dado su apoyo a Trump. De hecho, el ex presidente dio su discurso de la victoria ayer en New Hampshire acompañado del senador por ese estado Tim Scott. “Por cierto, ella te nombró [para el cargo]. Debes de odiarla”, dijo Trump a Scott cuando le dio brevemente la palabra. El senador – que también aspiró a la presidencia – supo salir con gracia al decir “lo que sé es que te adoro a ti”.
La mejor ratificación de que Trump es virtualmente el candidato la suministró su rival, Joe Biden. “Ahora está claro que Donald Trump será el nominado republicano”, dijo el presidente en un comunicado. El equipo de Biden esperaba lanzar la campaña en abril, y centrarla en la economía. Pero el éxito de Trump en las primarias y la falta de tirón del presidente les ha hecho cambiar de planes. Biden ya ha comenzado a hacer campaña. Y su principal argumento para ganar la reelección es Donald Trump. “No podría haber más en juego”, decía el comunicado.
La apuesta del presidente es lanzar una campaña sobre todo basada en actos pequeños y en publicidad online y en redes sociales, y que los electores vean a su rival – y predecesor en la Casa Blanca – como un enemigo de la democracia. Trump ha repetido en tres ocasiones que los inmigrantes “corrompen la sangre de nuestra nación”, y ha elogiado muchas veces – la última, el sábado – a Viktor Orbán, el ‘hombre fuerte’ de Hungría, aliado de Vladimir Putin. También ha insistido una y otra vez en que le presidente debe tener total inmunidad legal, incluso para cometer crímenes que, en palabras de sus abogados en uno de los cuatro procesos penales que afronta, incluyen ordenar asesinatos de ciudadanos en territorio de EEUU.
Biden apuesta por todo eso. Es como pedir que Trump le haga la campaña. Suena a estrategia suicida. Pero, con los resultados de New Hampshire en la mano, no lo es tanto. En ese estado, Donald Trump ha mostrado, simultáneamente, sus fortalezas y sus debilidades.
Sus fortalezas son evidentes: las bases del Partido Republicano están con él. Trump ha liquidado a sus opositores sin apenas esfuerzo. Haley podrá seguir todo lo que quiera, pero no tiene posibilidades. Lo más que puede hacer es alargar el tiempo que Trump necesite para conseguir los delegados necesarios como para conseguir la nominación republicana. Y ahí tampoco va a lograr mucho. Si todo va como Trump quiere, alcanzará ese hito a primeros de marzo. Si Haley logra contener sus pérdidas, Trump deberá esperar a finales de ese mes para tener la nominación en el bolsillo. Resulta difícil imaginar que la ex gobernadora de Carolina del Sur logre que sus donantes le sigan dando dinero solo por estirar su agonía electoral en tres semanas, y eso si todo va bien.
Pero las debilidades de Trump también son claras: los republicanos de centro y los indecisos no le han votado en New Hampshire. Los ‘never-trumpers’ – los “nunca trumpistas” – son una minoría dentro del Partido Republicano. Pero son una minoría que detesta a Trump y que parece muy poco probable que vote por él. Súmese a ello el rechazo de los independientes, y Trump tiene un problema grave. Las bases están con Trump, pero con ellas no basta.
Súmese a ello la masiva pérdida de votos para Trump que, según las encuestas, supondría una condena en los tribunales, y la situación debería ser muy preocupante para Trump… si no tuviera a un rival tan débil como Joe Biden.
Los datos de New Hampshire ponen de manifiesto que entre los republicanos ‘duros’ que apoyan a Trump y el resto del país hay una muralla electoral. Un ejemplo: solo el 62% de los republicanos apoyan la prohibición del aborto en la mayoría de los supuestos, mientras que en las primarias de ayer dos tercios de los votantes se oponen a esa medida. Otro: entre los votantes de Trump, el 86% cree el bulo de que hubo fraude en las elecciones de 2020; entre los de Haley, el 10%. En New Hampshire, Trump logró el 70% del voto de los que se autocalifican como “republicanos”, mientras que Haley se llevó el 67% de los autoproclamados “independientes”. El 88% de los votantes de la ex gobernadora se declararían “decepcionados” si Trump fuera el nominado. Los ‘never-trumpers’ del grupo Project Lincoln afirman que entre el 15% y el 20% de los republicanos que votan por Haley no lo harán por Trump. Si eso fuera cierto, serían un golpe brutal para el ex presidente. Pero el Project Lincoln se caracteriza por su activismo anti-Trump y la ferocidad de sus anuncios en televisión contra el candidato. No es ni objetivo ni representativo.
En circunstancias normales, lo que Trump debería hacer ahora es dar un giro al centro. Ha eliminado al rival que le quería adelantar por la derecha – Ron DeSantis – y tiene el voto evangélico en el bolsillo, así que ahora puede ir a por el centro y los indecisos que se está llevando Haley. Pero Trump no es un candidato normal. Lo personaliza todo. Y los ataques de su contrincante a su edad y a sus capacidades cognitivas le han sacado de sus casillas. En su discurso triunfal de New Hampshire casi parecía que había perdido. En su mejor – o peor – estilo, se refirió a la ex gobernadora por su nombre de pila, “Nikki”, e insinuó – sin dar una sola prueba – que tiene escándalos ocultos que el equipo de Biden usaría contra ella si lograra la nominación. Es una táctica muy de Trump, pero que hace el juego a los demócratas porque, cuanto más ataque el republicano a los centristas e indecisos, más los va a enfadar y menos probable va a ser que voten por él en noviembre.
Hacer que Trump caiga en esa trampa es, también, la estrategia de Haley que, después de once meses de campaña sin criticar a Trump, ha empezado a dirigir sus dardos verbales contra el presidente en la última semana. Ayer volvió a repetir esa estrategia cuando dijo que “el secreto peor guardado en la política [de EEUU] es lo mucho que quieren los demócratas que el candidato republicano sea Donald Trump”. Efectivamente, si en las encuestas a nivel nacional Trump va empatado con Biden, Haley liquidaría al actual presidente. Incluso en New Hamsphire, un estado donde el último republicano que ganó fue George W. Bush hace 24 años, ella saca tres puntos a Biden, mientras que Trump va siete por detrás del presidente. El ‘trumpismo’ nunca ha tenido un gran tirón electoral. Trump sacó dos millones y medio de votos menos que Hillary Clinton en 2016. En 2018 los republicanos sufrieron una debacle en las elecciones al Congreso. En 2020 no solo Trump perdió, sino que la actuación del partido en las legislativas fue muy pobre. Y lo mismo volvió a pasar en 2022.
El entusiasmo republicano con Trump no significa, necesariamente, entusiasmo de todos los votantes. La gran suerte del ex presidente es, de nuevo, que su rival, Joe Biden, no levanta pasiones ni entre sus votantes. Por ahora, todo depende de que Trump expanda su base y que la estrategia del ‘voto del miedo’ de Biden funcione.
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