Bernardo Gutiérrez Parra
Dicen, a mi no me lo creas lector, que antes de empezar su precampaña y al ver la lista con la cantidad de camionetas que integrarían su comitiva, Rocío Nahle protestó por lo que consideró una exagerada ostentación, hasta que alguien muy cercano le dijo: “Tu tranquila mujer, es para que todo mundo vea, principalmente la oposición, que de este lado no hay pobrezas”.
Si esto fue cierto, qué mal se portó ese sujeto con la señora. Pero si fue ella la que privilegió la ostentación… pues que se aguante.
El jueves anterior en conferencia de prensa en Veracruz, horas después de que el empresario Arturo Castagné balconeó a su esposo José Luis Peña como dueño de un departamento en San Pedro Garza García valuado en 28 millones de pesos, Rocío quiso justificarse: “… no creo que sea un delito arrendar o rentar una casa donde uno quiera, ¿no creen?”.
Si los reporteros no le contestaron en ese momento, un día después recibió la respuesta directamente de Palacio Nacional.
A propósito de que una reportera le preguntó al presidente López Obrador su opinión sobre una candidata poblana que está haciendo su campaña en una camioneta de súper lujo, el tabasqueño contestó: “Imagínense, alguien que presume un carro así; si es empresario puede hacerlo, siempre y cuando sea una riqueza bien habida, no producto de la corrupción. Pero un servidor público ¿cómo?” Y a renglón seguido dijo que habiendo tanta pobreza “es pecado social la ostentación y la opulencia”.
La frase debió ser un coscorronazo para la zacatecana porque si la candidata poblana se mueve en una camioneta que quita el hipo, ella se mueve sobre una fortuna. Sólo dos de las doce camionetas que utiliza Rocío para hacer sus recorridos están valuadas en 3 millones 600 mil pesos cada una, más las diez restantes donde viajan sus guaruras y ayudantes… una fortuna.
Y es que déjate de Obama lector, o de Javier Duarte en sus tiempos de gloria; un convoy de ese tamaño y tan costoso no lo trae (ni lo permitiría) el presidente López Obrador, sobre todo cuando tiene que viajar a sitios pobres y apartados.
Pero tras el coscorronazo vino el latigazo… y en pleno rostro: “Si llega un candidato con una camioneta que vale cinco, seis millones de pesos a comunidades pobres, pues no va a ganar, no creo que la gente lo apoye”, dijo el presidente. Y ahí le paró al tema e hizo bien; una palabra más y hubiera sido rudeza innecesaria.
El fin se semana alguien le comunicó a Rocío que Arturo Castagné daría a conocer que es dueña de varias gasolineras.
Queriendo ganarle el brinco, Rocío dijo este domingo desde Tantoyuca y mediante sus redes: “Por lo que veo la oposición está muy desesperada, porque a pesar de su guerra sucia, mentiras e íntegras (a lo mejor la desesperada es ella porque lo que quiso decir es intrigas en lugar de íntegras), nosotros en #Veracruz seguimos creciendo en las preferencias. No tengo cuentas en el extranjero, ni gasolineras, ni nada. ¡Quienes si tienen todo eso, son justamente ellos!”.
Pero lo que Arturo dio a conocer fueron documentos que prueban que siendo secretaría de Energía, Rocío Nahle otorgó casi 100 concesiones de gasolineras a Jesús Rogelio Lemarroy ex alcalde de Coatzacoalcos y esposo de María del Rosario Montanaro Sánchez, la persona quien según el propio Arturo Castagné, fue la que le vendió a José Luis Peña Peña el departamento en San Pedro Garza García.
De tener un horizonte prometedor hasta hace unos meses, ahora el cielo está cayendo a pedazos sobre la humanidad de la zacatecana.
Acusada de corrupta, con denuncias penales que no puede revirar porque no tiene elementos para ello, señalada de pecadora social por el presidente y con la incertidumbre de no saber cómo le irá con Claudia Sheinbaum que hoy llegó a la entidad, Rocío Nahle está en un berenjenal como consecuencia de una riqueza que no puede explicar ya que en efecto, lo que menos hay en la cúpula de Morena en Veracruz es pobreza.
Y ella pertenece a esa cúpula.