Rip Van W.
Al término de su sexenio, como lo marcan las reglas no escritas del presidencialismo mexicano, Andrés M. López cierra su período con un desgaste natural al cual se le agregan algunos ingredientes peculiares para alguien que hizo de la ruptura del orden su modos vivendi.
Cuando se organiza una fiesta con comida, bebida y espectáculo gratis, todo es puro disfrutar; y en medio de tanto derroche de un dinero que no era suyo sino del presupuesto público, el presidente se dedicó a comprar lealtades en idéntica manera en que lo hacía el PRI o el PAN, cuando él era sempiterno candidato opositor y tanto se los reprochaba.
Y justo como lo hacían el PRI y el PAN, con sus comunicadores afines a quienes el tanto gusta de llamar “chayoteros”, construyeron con miles de millones de pesos la imagen de un presidente popular y querido, utilizando como escudo y lanza, los tristemente célebres “otros datos” que existieron siempre en un México alterno al real, que contrastaba con el México real en el cual vivimos estos seis años, los periodistas no alineados y los más de 100 millones de mexicanos que habitamos fuera del palacio nacional y que sí trabajamos, no tenemos camionetas “machuchonas” gratuitas y blindadas, ni contamos con guardaespaldas del estado mayor presidencial que en el mundo de las mentiras de amlo ya no se sabe cómo se le llama (porque en otra más de sus mentiras, juró haberlo desaparecido).
Pero como nada dura para siempre… Lo bueno, lo malo ni el poder, se acabó el tiempo de amlo como algún día terminó el de Salinas, Zedillo, Fox o Calderón…
Y justo en este momento y no por casualidad; como lo marca la tradición mexicana, cierra su sexenio con un repudio que ya no pudo ser ocultado por las mentiras de amlo y sus medios afines.
El Poder Judicial de la Federación y sus trabajadores, desde Baja California hasta Yucatán, se encuentran en pie de lucha gritando consignas como “justicia de Morena no es la buena”.
Y en Sinaloa, tierra morenista, se oye fuerte: “fue un error, votar por Obrador”.
Las primeras planas de los periódicos más importantes del mundo (que para el multialudido son pasquines inmundos) lo dibujan como el Noriega mexicano y de narcopresidente no lo bajan.
El problema de seguridad en Chiapas que le da un golpe de realidad en su cara, son tres botones de muestra que le exhiben como el peor de los presidentes de los últimos cincuenta años, por lo menos.
Fue, ciertamente, la esperanza de México. Pero, en la vida real (y no en las mentiras dibujadas desde las mañaneras) el final corresponde a lo pronosticado durante estos seis años de corrupción, mitomanía, negación, trampas y cinismo: es un cierre tráfico en donde lo único que puede celebrarse es su partida a tan conocida finca chiapaneca.