Rotos y rompidos

Jorge Flores Martínez

De muchas cosas estoy muy satisfecho de mi vida, de otras no me siento feliz, y en algunas lo que me domina es más bien la frustración de no haberlo hecho mejor. Pero así es la vida y nada se puede hacer más que seguir adelante y procurar no detenerse.

Algo de lo que me siento orgulloso es ser miembro de número de la Academia Nacional de Arquitectura, inmerecidamente, pero aquí estoy, no me quejo. Ser Presidente del Colegio de Arquitectos en el Estado de Veracruz-Xalapa es otra distinción de mis pares que me parece inmerecida, pero la asumo con dedicación y mucha responsabilidad.

De ser miembro de la Academia Nacional se desprenden una serie de pláticas realizadas que denominamos “Diálogos de Arquitectura” en las que he podido estar con arquitectos que desde siempre he admirado y otros muy jóvenes que me han impactado con su capacidad y creatividad.

De las pláticas he aprendido mucho, curiosamente mis mayores lecciones no han sido de arquitectura, es el lado humano de los exponentes lo que me ha sorprendido. De algunos su gentileza y sencillez, de otros sus profundos conocimientos, y de todos su generosidad profesional, pero regreso, el mayor aprendizaje es en el aspecto humano.

Siempre hablo con ellos antes de las conferencias y lo que encuentro es entusiasmo y la mejor disposición en todo momento. Pero me permito apuntar una de las conferencias donde se presentaron en el auditorio varios de los familiares cercanos del exponente y al finalizar pidieron la palabra y lo que dijeron me tocó de forma muy sensible.

Le decían al arquitecto exponente que estaban orgullosos de su trayectoria profesional y de todo lo que había logrado como arquitecto, pero para ellos lo mejor de él era que era una buena persona. Sus hermanos le dijeron que siempre habían contado con él y que era un excelente hermano, su hijo que estaba presente, también le dijo que siempre había sido un muy buen padre.

Al terminar el evento salí del auditorio, subí a mi coche y durante el trayecto a casa pensé en ese doble legado al que uno como persona está obligado, ser un buen profesional, empresario, comerciante o lo que gusten y ser una buena persona. 

Unas semanas después, al preparar una de las conferencias, un compañero de la academia al darme el pésame por mi hermano me hizo un comentario que me motivó a la reflexión, “todos tenemos una historia de familia muy dolorosa que atender”. De alguna forma todos estamos rotos.

En ese andar rotos resulta que el asunto importante es saber qué hacer con los pedazos en los que estamos rotos. Ser una buena persona no se trata de estar completo y sin roturas. Ser un buen profesional es un destino donde llegar ya significa varios golpes de frente y otros muchos contra la pared y andar todo roto y despostillado por el camino. 

En la vida hay dos formas positivas de andar roto: la japonesa, que consiste en reparar con materiales preciosos haciendo énfasis de lo roto en lugar de ocultarlo, ya que estas roturas son parte de nuestra historia y nuestra belleza. La otra forma de andar roto es tomar todas las piezas y llevarlas así sin reparar, solo mostrando que todas esas partes rotas nos conforman en nuestra esencia como personas.

Después de todo, nunca debemos olvidar que solo somos lo mejor que hemos sido capaces de ser con lo que teníamos y tenemos.

Así que a chingarle, intenta ser una buena persona, será tu mejor legado.

La forma negativa de andar roto por la vida es que seas de esos que solo destruyen y le rompen la madre a todos.

 

Es tu decisión.

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