Rip Van W.
No hay plazo que no se cumpla.
Hay dos cosas que enseñó al mundo el pequeño (en todos los sentidos) amlo.
La primera: “que quien porfía mata venado”, pues luchó persistentemente por alcanzar (más para mal que para bien) su propósito de ser presidente de la república, hasta que lo consiguió.
Y la segunda: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, pues tanto estuvo “chupando la sangre” de que era una persona honesta, que al llegar al poder dejó en claro que, como buen priista, perredista y emecista, resultó ser un pájaro de cuenta.
Sobran ejemplos para evidenciar la segunda afirmación (en cuanto a que de honesto no tiene nada). Sin embargo, afortunadamente, “no hay plazo que no se cumpla” y quizá la única cosa que millones de mexicanos tengamos que celebrar de este paupérrimo sexenio, es que hoy terminó.
Es probable que a México le pase como al Lazarillo de Tormes que cuando pensaba que no podía tener un amo peor, lo tenía, pero eso “será otra historia”. Por fortuna esta pesadilla hoy acaba.
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