Entre Columnas: Martín Quitano Martínez
Una de las mayores amenazas para la compasión,
es la tentación de rendirse ante las fantasías que genera la superioridad moral.
Stephen Batchelor
Adán, el autodenominado hermano de ysq, burlón y pletórico de soberbia, desde el micrófono de su coordinación de facción, le espeta a otro senador, que deberán pasar 50 años mínimo para que la oposición pueda construir una mayoría legislativa y revertir las reformas constitucionales que ahora aprueba Morena. Lo dice con desparpajo, embriagado de lo que, más que mayoría, consideran supremacía de su movimiento político, que dicen ellos mismos, debe mantenerse en el poder porque así lo ha pedido el pueblo.
Hacen ofensiva gala de supremacía quienes ladinamente se arrogan como la encarnación del pueblo, quienes vociferan una supuesta superioridad moral construida entre la basura, la trampa y el abuso, una superioridad moral de espaldas al diálogo y los acuerdos, en contra de la tolerancia y el respeto, en fin, en contra de los primeros valores de la democracia.
Dan continuidad a su “reinado” con ese raro posicionamiento presidencial que asume que, su representación política, su temporal encargo, significa hablar con el abstracto como eje, dictar sentencias desde el trono, pues ninguna comunicación podrá tener la presidenta salvo aquella que sea “directamente con el pueblo”, con lo que eso pueda o quiera significar. Con lo cual se cierra la oportunidad de atender a cualquier otro grupo u organización o persona, pues para ello estarán sus empleados. Ella solo se comunicará directamente con el “pueblo”.
La supremacía como creencia de quienes se asumen superiores, pues ahora gobiernan pasando por sobre las leyes y las reglas de convivencia mínimas. Son esos que dan o niegan perdones o castigos y disfrutan los placeres y el gozo de sus votos, pisoteando la república y la soberanía popular y acomodando el marco jurídico para hacer lo que les plazca.
La supremacía es el concepto con el cual se fugan para abandonar los principios y valores democráticos, de tolerancia y respeto de las voces distintas. La de ahora es una transformación que en lugar de construir, destruye, que en lugar de convocar y unir, separa. Que no busca un país unido y fuerte en su diversidad, sino uno que en lugar de ciudadanos tenga militantes, votantes obedientes.
Cada vez se parecen más o han superado en ferocidad a los demonios que dicen combatieron desde sus historias contra las políticas de los regímenes arbitrarios y corruptos, que no veían ni oían a quienes les suponían diferencias. Ahora, esos mismos que llegaron bajo los mantos democráticos, imponen sin rubor, con ignorancia y cinismo, los modos autoritarios que guardaron bajo la alfombra del rencor y el resentimiento, para usarlos ahora en su favor y dejar en claro que va su revancha, y que ellos y solo ellos son quienes dominarán y estarán por más de 50 años, como sus denostados antecesores.
Mientras la supremacía es impulsada por el grupo hegemónico, imponiendo su poder pleno, se abandonan o desprecian las obligaciones que juraron atender, jalando tras de sí los monstruos del autoritarismo y sus “bienintencionados” compromisos, de su “integridad” en la cual debemos confiar ciegamente, porque ellos dicen no ser iguales. Ha renacido y crece más grotescamente el ogro filantrópico que ya perfilaba Octavio Paz, ese que al final devora libertades y creatividades.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Y si se comprueba que Rocha Moya no actuaba con acompañamiento limpio. Qué dirán las huestes del “¡no estás solo!”.
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