Carlos Loret de Mola
Tomó 43 días corroborar las sospechas: hay un diputado, un senador y un presidente, y se llama Andrés Manuel López Obrador.
Esa fue la lectura generalizada en el mundo de la política tras la elección de quien encabezará la Comisión Nacional de Derechos Humanos. AMLO dio un manotazo a favor de la reelección de Rosario Piedra y noqueó a la presidenta Sheinbaum, quien impulsaba a Nashieli Ramírez. Dentro de Morena, le ganó 87-0. La votación general en el Senado fue 87-36 porque la oposición quiso darle fuerza a la presidenta. Quién lo iba a pensar: Sheinbaum contaba con la oposición para imponerse sobre AMLO. Sólo necesitaba dividir a Morena y con eso tenía los votos para ganar. Pero no. Quedó claro quién manda aquí. La muestra de debilidad más grande que ha tenido la Presidenta con A demoró 43 días de su sexenio en llegar.
Desde Palacio Nacional la instrucción había sido votar por Nashieli Ramírez. La presidenta le tiene confianza -la ayudó a salir de la bronca de la Línea 12 del Metro-, trabajaron coordinadas cuando una era jefa de Gobierno y la otra encabezaba la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, no implicaba una reelección que significa una contradicción con un régimen que está impulsando terminar con la reelección de legisladores, y además había un argumento imbatible: fue la que obtuvo mejores calificaciones de las 15 personas evaluadas para el cargo. La presidenta usó a todo su aparato de comunicación, a sus propagandistas, a sus columnistas, a sus afines, para mandar la señal inequívoca: Claudia quiere a Nashieli.
Pero López Obrador tenía otros planes. Quería que se reeligiera Rosario Piedra Ibarra en la CNDH, a pesar de ser la peor evaluada de las 15 candidatas, de la carta de recomendación falsa que incluyó en su postulación y de que ni siquiera la legendaria organización Eureka -¡de su propia familia!- la apoyaba.
Y donde manda expresidente no manda presidenta. Los primeros en comunicar “la línea” en sus bancadas fueron los coordinadores parlamentarios, Adán Augusto López y Ricardo Monreal. Les dijeron que era una “razón de Estado”. Nada más que el Estado no está en Palacio Nacional. Está en Palenque.
Pero el empuje de Adán y Monreal no bastó, porque muchos legisladores morenistas los ven con desconfianza y se rebelaron. Sospechaban que estaban “jugando a las venciditas” con la presidenta por sus intereses políticos personales, y que solo estaban usando el nombre de AMLO.
Por eso tuvieron que intervenir otras dos operadoras, que nadie duda son absoluta y totalmente fieles a López Obrador: Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación, y Luisa Alcalde, dirigente nacional de Morena. Ya no había duda: la línea venía de Palenque. Y Palacio Nacional propone, pero Palenque dispone.
Lo que siguió fue un desaseo que en Adán Augusto López ya es un sello: quiso repartir boletas llenadas con anticipación para que nadie pudiera votar por alguien más, mandó quitar a la brava una mampara que garantizaba el voto secreto, hizo show a la hora de emitir su voto y con su ya habitual soberbia, se burló de la suciedad de la votación. Ni el PRI se atrevió a tanto. Un desaseo comparable al que hace cinco años ejecutó su aliado Ricardo Monreal en la primera elección de Rosario Piedra al frente de la CNDH: hubo más votos que senadores.
Rosario Piedra Ibarra, por instrucciones de AMLO por encima de Sheinbaum, fue reelecta en la CNDH: votaron por ella todos los senadores de Morena. La presidenta de México quedó arrasada, vapuleada, rebasada. Su cara en la mañanera del día siguiente lo decía todo. Con una frialdad récord, gesto adusto y visiblemente enojada, dedicó 8 segundos a hablar de la reelección de Piedra: “es una decisión del Senado y pues hasta ahí”. Ella misma unos días antes había dedicado elogiosas palabras a Rosario Piedra, como tendiéndole un puente de plata para que dejara la posición. Ahora no hubo ni un bosquejo de elogio. Ni una mínima felicitación protocolaria.
Si quiere ser Presidenta con A, a Claudia Sheinbaum le urge dar una señal de poder interna, un golpe de mando inequívoco. De otra manera, ya le habrán tomado la medida para el resto del sexenio los lobos que la rodean.
Mientras Piedra era reelecta y Sheinbaum sufría la primera derrota estrepitosa de su sexenio, la operadora Luisa Alcalde y el hijo del patriarca, Andy López Beltrán, disfrutaban en el Foro Sol con boletos de 12 mil pesos el concierto de Paul McCartney al son de la inolvidable Blackbird: Take these broken wings and learn to fly, all your life, you were only waiting for this moment to arise.
Sheinbaum no cantó esa. Le puso las mañanitas a AMLO en la mañanera.
El Universal