Héctor De Mauleón
El sexenio de Claudia Sheinbaum comenzó con el asesinato de seis migrantes de distintas nacionalidades en la carretera Villa Comaltitlán-Huixtla, en el estado de Chiapas. Los militares que los abatieron, a solo unas horas de la llegada de Sheinbaum al poder, alegaron que la pick up y las camionetas de redilas en las que estos se desplazaban eran “como las que usan grupos delincuenciales en la región”.
Así que abrieron fuego contra ellos.
El mismo día seis presuntos criminales fueron abatidos durante un enfrentamiento con elementos de la Secretaría de Marina, en la comunidad de Puerta de Ánzar, en el estado de Colima.
Días más tarde, el 22 de octubre, en el operativo de captura de Edwin Antonio Rubio López, alias El Max o El Oso -un operador de alto nivel de Ismael ‘El Mayo’ Zambada-, la Sedena abatió a 19 civiles armados en la comunidad de Plan de Oriente, a 11 kilómetros de Culiacán, Sinaloa.
Pasarían solo unas horas para que se reportara que otros 14 civiles armados habían sido abatidos en Tecpan de Galeana, en Guerrero, luego de que personal militar interviniera en un enfrentamiento entre grupos antagónicos que había dejado un saldo de dos policías municipales muertos.
Aunque Sheinbaum había dicho que “la estrategia del gabinete de seguridad es que no haya enfrentamientos, no vamos a regresar a la guerra contra el narco (…) no vamos a llegar a matar a una persona por más que sea presunto o no delincuente”, más de 50 personas fueron abatidas por fuerzas militares en los primeros 24 días de su gobierno.
A mediados de mes, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, militares y guardias nacionales arrebataron la vida, en dos sucesos distintos, a una niña de ocho años y a una enfermera de 46. Según la versión oficial, en ambos casos las víctimas quedaron en medio del fuego que los militares cruzaban con presuntos delincuentes.
Se trata, en los hechos, del fin de “los abrazos” enviados a la delincuencia por el expresidente López Obrador. El número de presuntos agresores muertos en enfrentamientos con militares había venido creciendo durante el último año de AMLO. Animal Político reveló que el número de muertos en dichos enfrentamientos entre enero y octubre de 2024 (254) fue el más alto desde 2014, en tiempos de Peña Nieto, y el tercero más alto desde el gobierno de Calderón.
El salto numérico tras la llegada de Sheinbaum es brutal. En un solo mes se registró la cuarta parte de los abatidos en enfrentamientos con militares a lo largo del año.
En ese contexto se explica el súbito cambio de órdenes, el circo que se vivió hace dos días en el Senado, para que la impresentable Rosario Piedra Ibarra pudiera reelegirse para un nuevo periodo de cinco años al frente de la sumisa y debilitada Comisión Nacional de los Derechos Humanos que ella se encargó de volver solo un membrete durante el periodo 2018-2024.
Según un estudio presentado por el Centro Prodh, la gestión de Piedra Ibarra al frente de la CNDH se caracterizó por el bajo número de recomendaciones dirigidas tanto a la Guardia Nacional como a la Sedena, a pesar de que ambas instituciones cuentan con un escandaloso número de quejas, y a pesar del alto número de hechos “de amplia trascendencia pública en los que los miembros de la Guardia Nacional y la Sedena habrían cometido grandes violaciones”.
En el primer periodo de Piedra, la Guardia Nacional recibió 1,816 quejas, y la Sedena 1,647. La CNDH de Piedra solo dirigió ¡13 recomendaciones a la Guardia Nacional y 26 a la Sedena!
Aunque algunas de estas quejas involucraban serios actos de tortura, así como ejecuciones judiciales, la señora Piedra se limitó a emitir recomendaciones relacionadas con procesos administrativos.
La conclusión del Centro Pro es que la CNDH protegió en sus recomendaciones a las fuerzas armadas.
La herencia envenenada que López Obrador dejó a su sucesora -un país bañado en sangre, con 200 mil nuevas tumbas, y tomado en grandes extensiones por el crimen organizado-, ha llevado al nuevo gobierno a decir adiós a los abrazos.
Entre los perfiles anotados para dirigir la CNDH, Piedra Ibarra fue la peor calificada, ninguna organización de defensa de derechos humanos apoyó su reelección, se vio totalmente perdida y errática durante su comparecencia, y además presentó una carta falsa para apoyar su candidatura.
Todo indicaba que la hora más negra para la CNDH había terminado. Pero vino una contraorden: “una decisión de Estado”.
Y es que el fin de los abrazos va a necesitar una CNDH servil, debilitada y sin autonomía.
Para cuidarle las espaldas a los de atrás. Y para ser guardián de lo que viene.
El Universal
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