Las veredas del barrio de Boedo resumen el pulso de la Argentina actual: en una esquina se alzan nuevas construcciones, y en la otra, carteles que vetan la entrada al presidente Javier Milei y a su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Así de dividido late el país a casi 500 días del inicio del gobierno libertario.
Milei, que abolió el famoso “cepo cambiario”, asegura que el modelo liberal empieza a dar frutos: la inflación retrocede, el déficit fiscal desaparece y la pobreza —según cifras oficiales— ha bajado. “Hoy, Argentina gasta sólo lo que ingresa”, dijo recientemente el mandatario, con tono de épica televisada.
Sin embargo, no todos aplauden. En las calles, los jubilados protestan, los sueldos mínimos siguen por el piso, y hasta un Big Mac cuesta lo mismo que en Alemania, mientras el salario argentino por hora apenas roza un euro. “Es una motosierra social que arrasó con ingresos, cultura y educación”, denuncia Svenja Blanke, de la Fundación Friedrich Ebert.
Pese a todo, hay quienes ven una ventana de oportunidad. Desde el ala liberal, economistas como Hans-Dieter Holtzmann aseguran que Argentina está dejando atrás trabas históricas para atraer inversión extranjera. El acuerdo UE-Mercosur se perfila como clave para explotar recursos como el litio, el gas y el hidrógeno.
Entre las luces de los cafés llenos y las sombras de las marchas, Argentina parece vivir en dos tiempos: uno que mira con esperanza hacia el futuro, y otro que exige respuestas en el presente.
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