Ni retenes militares, ni perros entrenados, ni rayos X. El Cártel de Sinaloa ha perfeccionado el arte del contrabando de fentanilo hacia Estados Unidos, y The New York Times lo documentó paso a paso.
Autos medianos y comunes —Honda, Nissan, Toyota— se transforman en mulas invisibles. Los paquetes viajan envueltos en papel aluminio, rociados con líquidos que huelen a cloro para engañar a los sabuesos, y cubiertos con papel carbón para burlar las máquinas de rayos X.
El viaje comienza en Culiacán, con mecánicos, choferes y hasta jefes del cártel coordinando cada movimiento. Un segundo coche va por delante como escolta, alertando de nuevos retenes o vehículos sospechosos. Sobornos a militares mexicanos —en al menos cuatro retenes entre Sinaloa y Sonora— son parte del “peaje” habitual.
Pero la clave del éxito, según los propios operativos, está en otro punto: la corrupción en la frontera de Estados Unidos. Un agente fronterizo, identificado por los traficantes, recibió decenas de miles de dólares no solo por permitir el paso del vehículo, sino incluso por advertir que había sido detectado, lo que obligó a un cambio de ruta y reempaque de la carga.
Más retenes, más vigilancia, más competencia… y aún así, el fentanilo sigue fluyendo. El destino final: Arizona. El costo de mover la droga ha subido, pero la rentabilidad de este mortal negocio lo mantiene vivo… y más sofisticado que nunca.
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