La democracia mexicana no murió de un día para otro, se fue desangrando lentamente, hasta que Morena terminó por clavarle la estocada final. Así lo advierte Joel Ortega Juárez en su columna Estamos regresando a la dictadura perfecta publicada en El Universal, donde afirma sin rodeos: la dictadura perfecta está de regreso.
El diagnóstico es demoledor. Con Andrés Manuel López Obrador —formado en las entrañas del PRI— y con Claudia Sheinbaum —a quien Ortega describe con raíces castristas—, el obradorismo se convenció de que representa a “el pueblo más politizado del mundo” y que la “revolución de las conciencias” legitima cualquier exceso. ¿El resultado? Un gobierno con todo el poder concentrado, blindado por la aprobación popular y dispuesto a arrasar con los contrapesos.
La narrativa del “primero los pobres” convive con la realidad de un país con 200 mil muertos, más de 100 mil desaparecidos, megaproyectos fallidos y un enriquecimiento brutal de los grandes capitales. Pero nada de eso importa: la 4T repite el libreto del PRI, solo que con nuevos slogans y viejos vicios.
El plan es claro: controlar el Legislativo, arrinconar al Poder Judicial, someter al INE y al Tribunal Electoral, y reformar el sistema para borrar plurinominales y partidos incómodos. Todo, en nombre de un “mandato popular” que, según Ortega, no es más que la coartada perfecta para restaurar el autoritarismo.
La paradoja es brutal: la transición democrática fracasó y el país se encamina otra vez a un régimen de partido hegemónico. Morena ya no solo se parece al PRI… Morena es el PRI del siglo XXI.
Ortega advierte que esta “dictadura perfecta recargada” podría durar tanto como la del siglo pasado, salvo que los jóvenes y los movimientos democráticos encuentren fuerza para oponerse. Mientras tanto, México vive el peligroso espejismo de creer que, porque se vota, ya no se obedece a un solo poder.
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