Del voto al autoritarismo: la pesadilla que reemplazó a la democracia mexicana

En apenas siete años, México pasó de ser una democracia imperfecta a una república autoritaria maquillada con urnas y discursos populistas. Lo advierte con crudeza el analista Ricardo Becerra en su texto “La democracia quedó atrás”, publicado en Nexos: la demolición del régimen democrático no vino de un golpe de Estado, sino desde dentro del propio gobierno que prometió salvarlo.

 El obradorismo y la demolición democrática

Desde 2018, Becerra identifica una operación quirúrgica y persistente para desmantelar pieza por pieza los pilares del sistema democrático. Lo que alguna vez garantizaba elecciones libres, división de poderes, libertad de prensa y autonomía universitaria, hoy —según el autor— está reducido a escombros.
No se trata de una exageración retórica:

  • El Poder Judicial fue capturado.

  • El Legislativo renunció a su independencia.

  • Las universidades y centros de investigación operan bajo miedo y censura.

  • El Ejército ocupa tareas civiles sin control ni rendición de cuentas.

  • Y la transparencia —ese derecho conquistado a pulso por la sociedad— fue sustituida por la opacidad y el silencio.

La democracia no cayó del cielo”, recuerda Becerra, “fue una construcción paciente, hecha a base de leyes, costumbres y cultura cívica. Y hoy todo eso está siendo demolido”.

El punto de quiebre: del voto al abuso del poder

El autor sitúa el inicio del declive democrático en un episodio simbólico: la cancelación del aeropuerto de Texcoco mediante una “consulta” sin legalidad ni fundamento técnico. Ese acto —aparentemente menor— inauguró un patrón: el uso del poder popular para violar la ley.

De ahí en adelante, el Ejecutivo impuso su voluntad sin contrapesos: polarizó al país, premió la lealtad sobre la competencia, degradó las instituciones electorales y compró respaldo social con dinero público.
Para Becerra, ese fue el punto de no retorno: cuando el poder se volvió “incómodo con la legalidad” y la Constitución dejó de ser el límite para convertirse en estorbo.

El nuevo régimen: autoritarismo con sello constitucional

Lo más grave, advierte Becerra, es que el autoritarismo ya no opera en la sombra, sino con legitimidad legal. La llamada “ultramayoría” de Morena en el Congreso permitió reformar la Constitución para someter al Poder Judicial al control del Ejecutivo.
Esa prohibición suprema ya no existe”, escribe.
En otras palabras: el partido en el poder ocupa hoy los tres poderes del Estado, y eso —según el artículo 49 constitucional— es exactamente lo que una República democrática prohíbe.

Del sueño democrático al despertar autoritario

Durante dos décadas, México construyó —paso a paso— una democracia real. De 1977 a 1997 transitó del control autoritario al pluralismo político. De 1997 a 2018 vivió su mejor etapa: elecciones competidas, libertades ciudadanas y alternancia pacífica.
Pero de 2018 a 2025, argumenta Becerra, se impuso una transición inversa, un camino en reversa que ha “reconstruido” el autoritarismo con ropajes democráticos.

Lo resume en tres fases:

  1. Polarización total, dividiendo al país entre “pueblo bueno” y “enemigos”.

  2. Sumisión legislativa, anulando al Congreso.

  3. Captura judicial, eliminando el último contrapeso.

Hoy, dice el autor, la erosión democrática ya es irreversible: lo que antes fue un gobierno electo, ahora es un poder sin límites.

Resistir, nombrar, reconstruir

Ricardo Becerra no se anda con rodeos: la democracia mexicana terminó. No es un tropiezo, sino un cambio de régimen.
Su advertencia final es un llamado generacional: “Las nuevas generaciones deben reconocer el nuevo régimen, entenderlo, resistirlo y, si se puede, escapar de él”.

En tiempos donde la palabra “democracia” se usa como eslogan, Becerra nos recuerda que la verdadera democracia no se decreta: se defiende.
Y hoy, en México, esa defensa comienza por atreverse a decir su nombre prohibido: autoritarismo.

Texto origen: https://www.nexos.com.mx/?p=85992

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