Carlos Loret de Mola
Relanzamiento del PAN. Nada parece entusiasmar del partido opositor que las encuestas marcan como el predilecto. No hay nuevas figuras que prendan, la nueva imagen tampoco fue disruptiva ni existe un discurso que despierte a la ciudadanía inconforme tras el nocaut del 2024. No se ve caudillo, no se siente frescura ni existe un concepto que contagie.
No hay un Fox que prometa “sacar al PRI de Los Pinos”, y prenda los mítines por sus botas, sus tepocatas y sus víboras prietas. No hay un López Obrador con su “primero los pobres” y ese enojo permanente que puso a temblar al establishment. No hay ni siquiera un Peña Nieto con Gaviota y copete que levante suspiros y conquiste más votos repartiendo besos camino al templete que en el templete mismo. No hay adrenalina.
En la era de la política en redes sociales, lo único viral del relanzamiento del PAN fue cuando Max Cortázar, vocero del partido y operador de la campaña presidencial de Xóchitl Gálvez, cayó involuntariamente a un foso de agua decorativo.
Y ese no fue el peor balde de agua fría. La cúpula nacional del PAN no había terminado de anunciar la ruptura de su alianza electoral con el PRI cuando los panistas de Nuevo León ya habían dicho que ni de chiste: que necesitan al PRI para ganarle a Morena la gubernatura de ese estratégico estado en 2027.
Hay dos cosas que vale la pena destacar, porque si bien no resultan en una inyección de emoción al público opositor, son apuestas de fondo. La primera es que el PAN busca sacudirse a los “padroneros” que determinaban —mediante mapacherías electorales— las candidaturas. Ahora quieren abrirse a opciones ciudadanas y facilitar la inscripción de militantes en el partido, que antes tenía un montón de barreras. Y la segunda es su definición como un partido de derecha con un lema: “familia, libertad y patria”.
No sé si estas medidas les van a dar votos, pero si se implementan, por lo menos delinean una estrategia diferente. Primero, porque desde hace años el reparto de candidaturas es privilegio de un puñado que garantiza su propia supervivencia, pero nada más. Por eso son los mismos de siempre. Y segundo, porque el PAN llevaba postulando candidatos a los que les daba pena ser de derecha: ni Felipe Calderón en 2006, ni Josefina Vázquez Mota en 2012, ni Ricardo Anaya en 2018 ni Xóchilt Gálvez en 2024 estaban convencidos, por ejemplo, del no al aborto, cuando buena parte de la base panista tradicional es francamente antiabortista, ni simpatizaban —otro ejemplo— con la agenda woke, entre otras cosas. En un país donde la decisión de por quién votar es preguntarse si quieres a Morena o no, estar posicionados como la primera oposición es clave.
En 2027 el PAN pone en juego 3 de sus 4 gubernaturas. Ahí se medirá el éxito de la nueva estrategia. En cualquier otro país del mundo, ante la metralla de fracasos y corruptelas del morenato, sería un paseo por el parque. Aquí no. Porque aquí no existe partido, caudillo ni causa que capitalice tanto escándalo.
Quizá lo más irónico de todo es que en México, Morena se sigue asumiendo como opositor y antisistema (muy atractivo para ganar votos). Pienso que le convendría al PAN arrebatar esa bandera: ellos nacieron así —como partido opositor a un régimen de partido de Estado— y llevan más de dos sexenios sin el poder.
El Universal
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