Donald Trump volvió a encender la mecha de la geopolítica global. Desde el Aeropuerto Internacional de Palm Beach, el presidente estadounidense lanzó una advertencia que retumbó en todas las cancillerías del planeta: “Cualquier país que haga negocios con Rusia será severamente sancionado”, dijo con su habitual tono desafiante. Y por si fuera poco, dejó caer otro misil diplomático: Irán podría sumarse al paquete.
La escalada retórica no es casual. El Congreso estadounidense alista una iniciativa bipartidista —impulsada por el republicano Lindsey Graham y el demócrata Richard Blumenthal— que busca asfixiar económicamente a Vladimir Putin imponiendo aranceles a quienes importen energía rusa y castigos secundarios a empresas extranjeras que colaboren con su industria energética. Trump, sin titubear, dio su bendición: “Estoy de acuerdo”.
El mensaje es claro: Estados Unidos quiere convertir a Rusia en un socio tóxico para cualquier economía del mundo. Y las sanciones previas, como las aplicadas a Rosneft y Lukoil en agosto, son apenas el aperitivo.
Todo esto ocurre mientras Trump insiste en que busca la paz en Ucrania —y hasta coquetea con la idea de ganar un Nobel— pero al mismo tiempo admite estar “frustrado” con Putin tras su encuentro del 15 de agosto.
Una paz complicada cuando la guerra económica sigue creciendo.
Desde 2022, Washington ha disparado más de seis mil sanciones contra la maquinaria bélica rusa. Ahora, Trump amenaza con un nuevo golpe que podría arrastrar a medio mundo al conflicto financiero.
El mensaje quedó marcado: o estás con Estados Unidos… o pagas el precio.
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