Tras tres días de retraso, huyendo de un país donde vive en clandestinidad y sin saber si podrá regresar, María Corina Machado finalmente apareció en Oslo. No en la alfombra roja del Nobel, no frente a las cámaras del mundo, sino en el sitio más humano y simbólico posible: un balcón convertido en refugio, después de abrazar a una familia que no veía desde hace dos años.
La líder opositora venezolana —recién galardonada con el Premio Nobel de la Paz— llegó a la capital noruega agotada, con ojeras de guerra, pero con la sonrisa de quien sobrevivió a un régimen que la quiere silenciada. Ya de madrugada, salió al balcón del Grand Hotel, saludó a sus seguidores y cantó el himno de Venezuela con la mano en el pecho, en su primera aparición pública desde enero.
Horas antes, el presidente del Comité Nobel, Jørgen Watne Frydnes, anunciaba que Machado estaba en camino, aunque no aparecería en público ese día. La razón fue tan contundente como íntima: quería ver a su familia primero. En Oslo la esperaban su madre, su hermana y, sobre todo, su hija, Ana Corina Sosa, quien tuvo que recibir el Nobel en su nombre porque el régimen venezolano la mantuvo atrapada en su propio país.
El retraso no fue casualidad. Fue consecuencia directa de la persecución política que la obliga a vivir escondida en Venezuela y del riesgo que implica cualquier movimiento para quien se ha convertido en el rostro más incómodo para el chavismo.
En el discurso leído por su hija durante la ceremonia, Machado dejó claro que su lucha no es por un trofeo ni por la foto:
“Venezuela volverá a respirar. Abriremos las cárceles y veremos salir al sol a miles de inocentes”, prometió, enviando un mensaje que hizo eco en la comunidad internacional… y retumbó en Caracas.
Su llegada escaló el impacto político del Nobel: no es solo un premio, es un llamado global a mirar la tragedia venezolana que el régimen intenta esconder.
Ahora, con su presencia confirmada en Oslo y un programa que incluye encuentros con el Parlamento noruego y el primer ministro Jonas Gahr Støre, el mundo pone los ojos en lo que será su primera aparición oficial tras su largo viaje desde un país que la quiere lejos de la luz.
La pregunta que queda en el aire es inevitable:
¿Será capaz de regresar a Venezuela… o el Nobel marcará el inicio de un exilio permanente?
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