Abel Domínguez Camacho
Siguiendo la narrativa de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) desde su última campaña (hoy sigue en ella); durante la larga transición del poder; como presidente electo y, ya como el ejecutivo del Estado, no leí ni escuché alguna propuesta sobre la métrica de la economía, concretamente del PIB. Si me equivoco agradezco por adelantado que me ayuden a corregir lo que tengo en la cabeza. Los analistas de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) lo incluyeron en la exposición de motivos de los paquetes económicos 2019 y 2020; el INEGI lo ha seguido midiendo de acuerdo a calendario; el Banco de México de igual manera lo sigue tomando como referente importante.
El PIB es eso, un referente importante para determinar cómo va la economía en atención a la aplicación de las políticas públicas sustentadas en las leyes de ingreso y gasto en cada ejercicio fiscal; un referente de comparación con otros países, referente para identificar el papel y la importancia de la inversión en tal o cual sector, del gasto gubernamental en ciencia y tecnología, en educación o en energía sustentable, por ejemplo. Pero fundamentalmente y por definición, es la medida del valor agregado producido en un país, independientemente de si los productores son nacionales o extranjeros… sustentado en un sistema de cuentas nacionales, eso mide únicamente, no podemos esperar que mida otra cosa, es como querer que un termómetro común, que mide la temperatura corporal, haga un diagnóstico de Covid 19.
¿En qué momento entró en desuso el PIB en México? Cuando así lo determinó el presidente, casi por decreto (como los dos millones de empleos para salir de la crisis sanitaria y económica); cuando la ausencia de rumbo y, por lo tanto, de políticas públicas derivaron en recesión económica; en el momento en que el INEGI, BANXICO, la propia SHCP, las instancias financieras supranacionales, las calificadoras, todas, se convirtieron en adversarios de AMLO, ajenos a su proyecto, mal llamado e inexistente, de “cuarta transformación” (por cierto una de las estrategias de distracción de la atención en la figura del presidente o de AMLO como le conoce el pueblo; si las cosas no van bien, se canalizan a la cuarta transformación, si van bien, entonces hacía la figura pública vendedora-electoral).
En el momento en que sus errores hicieron agua en la economía, en ese momento surge la frase lapidaria en boca del líder moral, del presidente: “el PIB ya está en desuso”, sin una propuesta seria a la mano, referenciando sus intenciones de buscar el bienestar del pueblo, atribuyendo a la economía del pueblo un carácter espiritual, metafísico. La verborrea del bienestar no se ha acompañado de un sustento consistente y mucho menos medibles, no puede ser medida de bienestar que ahora, en las rancherías “se maten dos reses por semana, en lugar de una que se mataba antes, no somos iguales”. No, claro que no, se requiere construir una métrica universalmente aceptada.
Nadie le explicó al presidente que “sus ideas” de austeridad y bienestar no se podían traducir en movimientos compensados del presupuesto. ¿Por qué lo digo? Hasta donde entiendo, esa austeridad se ha reflejado en una reducción importante del presupuesto de diversas instancias gubernamentales y autónomas, ello representa una reducción significativa del gasto público, desempleo y por tanto, una baja en el consumo privado. Gasto público y consumo privado inciden directamente en la medición del PIB, en este caso a la baja.
Por otro lado, la reducción del gasto público por austeridad se comprometió, fundamentalmente, en los diversos programas de bienestar social impulsados desde la presidencia, estos programas son tipificados como transferencias del gobierno federal sin contraprestación y, aquí está el detalle, dichas “transferencias” NO inciden, NO son consideradas para la medición del PIB. De tal manera que, austeridad y bienestar en la idea del presidente provocaron una baja considerable del indicador. Alguien podría argumentar que dichas transferencias se traducen en consumo privado de sus beneficiarios, sí, pero no en la misma proporción del gasto público que, además del consumo privado, arrastra o provoca una importante derrama económica que invita a la inversión en diferentes sectores.
Está por demás insistir en la desconfianza generada hacía los inversionistas nacionales y extranjeros, con decisiones como la de cancelar el NAIM, el aeropuerto de santa Lucía, el Tren Maya, la virtual cancelación del proyecto cervecero en Baja California, la zancadilla a la energía renovable, la negativa a enfrentar la crisis económica provocada por el Covid 19, con un plan de rescate (no le queda claro que se trata de rescatar los empleos, de evitar que aumenten los pobres, que no se trata de otro Fobaproa, se trata de un plan de contingencia con su sello, ¿no que él es diferente?). Muchos son los factores que han generado desconfianza para invertir; la inversión es una variable importante que incide en el PIB, no hay inversión entonces el indicador baja y punto. Finalmente su apuesta al T-MEC, que se ha quedado en el tintero y que, en el poscovid 19 nadie sabe cuál será la respuesta de Canadá y EU.
Hay coincidencia con el presidente en la importancia del bienestar de la población, mucho tinta regada hay en torno a la discusión sobre crecimiento (PIB) y desarrollo, miden cosas diferentes; existe el índice de desarrollo humano, en todo caso, si éste es insuficiente que, seguramente si, hace falta crear, construir una métrica diferente que contribuya a medir y conducir las políticas públicas de bienestar…hace falta construir una nueva métrica universalmente aceptada, México puede hacer ese aporte al mundo, antes de seguir emulando a aquellas economías con la misma retórica pero con la misma deficiencias para medir el bienestar.