Crisis sin fondo

René Delgado

A qué profundidad está el fondo de la crisis nacional? A saber. Lo cierto es que el país no lo ha tocado y aún falta lo peor.

Si, en efecto y a su pesar, la terrible disyuntiva de la administración ante la epidemia era ver morir gente por falta de salud o de alimento, probablemente, se le vea morir por esos dos motivos y, uno más, la inseguridad. Pero ello no es todo, además del dolor y la pena, al resto de la sociedad le tocará sufrir no sólo la movilidad en descenso de su condición, sino también la ausencia de la política y, con ella, la de la esperanza de contar con opciones y remontar la crisis lo más pronto posible.

El paisaje nacional corresponde al de un drama, en cuyo corazón late una tragedia. Día a día y, más allá de las intenciones, la idea de nación se pierde, la noción de república se desfigura, el valor de la Constitución equivale al de un libro de hojas desprendibles, el margen de acción y operación gubernamental se reduce, el pulso de la vida institucional languidece y a la civilidad política la tienta el arrebato.

El país resbala por un precipicio, sin detenerse. Falta lo peor.

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Hace tiempo, en plática sobre los temores políticos de Andrés Manuel López Obrador durante su gestión, un allegado a él refirió cuatro: los Estados Unidos, el gran capital nacional, las Fuerzas Armadas y los terremotos, entendiendo por estos últimos no sólo a los sismos, sino a aquellos fenómenos naturales cuya fuerza devastadora distrae, descuadra o vulnera al poder político.

A la vuelta de los meses y los días, la actuación presidencial parece convalidar que, sí, los cuatro jinetes que cabalgan su temor son los referidos. Sólo ante ellos, hace concesiones, se esmera por tenerlos cerca y satisfechos o titubea. Ahí, el mandatario se doblega, no doblega.

La relación de Andrés Manuel López Obrador con Donald Trump, el afán presidencial por procurar a un selecto grupo de grandes empresarios y el otorgamiento de un rol preponderante a las Fuerzas Armadas en su campo como en otros muy distintos o ajenos a su vocación, permiten pensar que, ciertamente, ante esos tres jinetes (ya hablaremos del cuarto) el poder presidencial se ve recatado, acotado o contenido, si no disminuido.

Los demás actores -partidos opositores, medios de comunicación, organismos no gubernamentales, órganos autónomos, agrupaciones patronales o gremiales, intelectuales, creadores e, incluso, los otros poderes de la Unión y de la Federación- son lo de menos. No le hacen cosquillas. Por eso, a ellos el mandatario no duda en doblegarlos cuando puede, cuestionarlos, desafiarlos, provocarlos o minusvalorarlos con gesto y tono burlón.

El liderazgo social y el poder presidencial le dan a Andrés Manuel López Obrador para dispensar ese trato a esos actores, pero no para desafiar a los jinetes de su temor. Entre doblegarse y doblegar flota el ejercicio del poder presidencial… pero, por lo visto, el mandatario no acaba de entender y dimensionar el efecto de la epidemia sobre la economía, el proyecto de nación originalmente previsto por él y la naturaleza de su propio poder.

Ese cuarto jinete del temor se ha vuelto una pesadilla.

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La crisis sanitaria y económica vulneran la posibilidad del gobierno lopezobradorista, colocándola ante el peligro de su descarrilamiento, pero aun así el mandatario insiste en sostener el trazo y paso original de su proyecto sin considerar el cambio radical de la circunstancia y la tragedia en que puede concluir.

El cuarto jinete del temor presidencial -el poder de la naturaleza- escapa, obviamente, al control de la administración y su brutal efecto sobre la economía agrava la situación que ya se perfilaba aun antes de la llegada del virus. Quizá porque el mandatario no advierte el cuadro, mantiene la actitud de quien todo lo puede ante los actores y factores que no le infligen temor. Ahí se explica por qué atiende las críticas de quienes considera sus adversarios y no las propuestas de quienes quieren atemperar el golpe de la recesión. Las críticas las contesta de inmediato, las sugerencias ni las responde.

Lo cierto es que, cuanto más tiempo transcurra sin reflexionar cómo encarar la circunstancia en serio y sumar a esa causa a quienes no necesariamente son adversarios del mandatario, la posibilidad de rescatar al país será mucho más remota y mucha más gente morirá por falta de salud, alimento o seguridad.

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“Aunque tengamos posturas ideológicas distintas, si se pone por delante el interés general (…) se puede llegar a acuerdos, sin prepotencia, sin extremismos, buscando siempre la conciliación, el diálogo, el respeto mutuo”.

“Nosotros no podemos ser autocomplacientes, regodearnos en nuestras posturas cuando no son las mejores en beneficio de la colectividad. El hecho de rectificar y decir: ‘ahora vamos todos juntos’ es una muestra de mucha responsabilidad…”.

“En asuntos como este, que tiene que ver con la seguridad del pueblo, con garantizar la paz y la tranquilidad de los ciudadanos, estamos las autoridades obligadas a actuar de manera coordinada, a hacer a un lado las banderías partidistas”.

Las tres citas anteriores fueron pronunciadas por el presidente López Obrador. La primera al hacer el balance de su visita a su homólogo estadounidense, Donald Trump. La segunda y la tercera ante los gobernadores de Guanajuato y Jalisco, Diego Sinhue y Enrique Alfaro. El mandatario debería escucharse a sí mismo, oír su eco y aplicar esa fórmula en la práctica política y no sólo en el discurso…

El tiempo apremia y el margen de maniobra es cada vez más reducido. Si el Ejecutivo no rectifica como les pide a otros, el cuarto jinete de su temor dejará de ser un fantasma y el país pasará de lo malo a lo peor. Una tragedia.