La política de la cancelación

Jorge Fernández Menéndez

Quitar las estatuas de Cristóbal Colón, negar a Hernán Cortés, reclasificar la historia, hablar de lo sucedido hace 500 años con los criterios actuales, clasificar y descalificar a intelectuales neoliberales o conservadores de acuerdo con la peculiar visión presidencial, no es sólo un desvarío de la 4T, es parte de la cultura de la cancelación y es un fenómeno que se extiende en varios países, particularmente en Estados Unidos, tanto en la extrema izquierda como en la extrema derecha, y que pasa por imposiciones lingüísticas, sexuales, sociales, raciales.

En la Unión Americana uno de los más recientes cancelados es nada menos que el redactor de la Constitución y dos veces presidente, Thomas Jefferson. ¿La razón? Que tenía, como casi todos los propietarios en las colonias inglesas antes de la independencia, esclavos, unos 600, y tuvo hijos con algunas mujeres esclavizadas. Quitaron su estatua en Nueva York y amenazan con quitar otras y cambiar nombres a edificios que lo recuerdan. Es una tarea monumental, son más de 5 mil en todo el país.

Tampoco está libre de impugnaciones nada más y nada menos que el “padre de la Independencia”, George Washington, que también tenía esclavos y no tenía una posición tan libre pensadora como Jefferson. ¿Le quitarán el nombre de Washington a la capital? Varios otros de los llamados padres fundadores están en la misma situación.

En las universidades se prohíben clases o conferencias de escritores o artistas que tengan expresiones lejos de lo políticamente correcto o incluso que no usen el lenguaje adecuado. En Netflix tuvieron que retirar un monólogo del comediante Dave Chappelle que hacía una broma sobre personas trans en medio de una dura campaña donde lo acusaron de abusar del privilegio blanco… Dave Chappelle es un notable afroamericano, no digo negro, porque en la cultura de la cancelación es una de las palabras malditas.

Las películas de Woody Allen se pueden ver en Europa o América latina pero fue cancelado en Estados Unidos por lasmuy añejas acusaciones que hizo su exesposa Mia Farrow de
que había cometido abusos con una de las hijas de Mia. No sólo nunca se comprobaron, sino que el caso fue a juicio en dos ocasiones y en ambas Allen fue absuelto. Pero quitaron sus películas de catálogo y Amazon canceló las que ya había contratado para filmar. Hoy se le puede ver fuera de su país.

En el Royal Theatre de Londres están intentando “descolonizar” algunas obras de William Shakespeare porque en ellas identifica la belleza con la blancura de los rostros. Richard Wagner y Ludwig van Beethoven son dos músicos que están siendo cuestionados en Alemania y los canceladores proponen por diversas razones que ya no se enseñen sus obras en
los conservatorios.

Los ejemplos son innumerables. En nuestro caso, lo escuchamos en la mañanera cotidianamente cuando se descalifica la obra, por ejemplo, de Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín simplemente por sus posiciones políticas, imaginarias o reales. O cuando Paco Ignacio Taibo II deja de publicar en el FCE a autores desafectos a la 4T o cuando se descalifica a la UNAM sin siquiera conocerla o, peor aún, conociéndola.

Cuando el Presidente López Obrador dice que una de las cosas que promovieron los neoliberales “para saquear a sus anchas fue crear o impulsar el feminismo, ecologismo, la defensa de los derechos humanos, la protección a los animales”, está practicando una política de la cancelación desde las posiciones más conservadoras, de la misma forma que en algun ocasión cuando se denunciaron originalmente las agresiones sexuales de Marcial Maciel, se cancelaron opiniones, programas, espacios, conductores.

Es preocupante que un gobierno que se dice de izquierda descalifique y condene al feminismo (nada nuevo en esta administración), el ecologismo (algo que lisa y llanamente no le interesa), los derechos humanos o la protección a los animales. ¿Qué es lo importante entonces? ¿El poder en sí mismo?¿Cuáles son las causas legítimas, si esas son causas promovidas por los neoliberales para saquear al país?

Es verdad que existe la otra cara de esta política de la cancelación y es la que se ejerce desde posiciones supuestamente progresistas. Me Too, con todos los avances que ha logrado, ha llevado a excesos incomprensibles; los cambios de lenguajes para volver neutras palabras que simplemente no lo son, también. La revisión de la historia equiparando a situaciones y personajes del pasado con la actualidad es un fenómeno también demasiado transitado.

La cancelación política es un acto de vandalismo y barbarie cultural, es una práctica que anula los principios más elementales, básicos, de una sociedad liberal, democrática. Es la que impone pensamientos únicos en lugar de hacer florecer el debate y la diferencia. Es un regreso, en el siglo XXI, a las formas actualizadas pero no menos rigurosas de la Inquisición, una suerte de dogmática religión laica a la que todos deben atenerse.

Excélsior