Un secreto escondido en Reforma

Héctor De Mauleón

La Ciudad de México guarda pocas historias tan fascinantes como la de Helvia Martínez Verdayes. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, Helvia tenía 20 años y trabajaba como secretaria del director de Pemex, Vicente Cortés.

Parte de su trabajo consistía en descifrar los mensajes que llegaban a Pemex en clave secreta: muchos años más tarde ella relató que fue así, con un mensaje en clave, como el director de la paraestatal se enteró de que los alemanes acababan de hundir los buques petroleros Faja de Oro y Potrero del Llano.

En esos días de azoro y miedo, en el archivo de la dirección general, Helvia apareció por primera vez en el campo visual de dos personas que iban a marcar su vida. El arquitecto Vicente Mendiola y el escultor Juan F. Olaguíbel.

“Los recuerdo bien —relató ella, 50 años después—: Mendiola y Olaguíbel, sentados, mirándome. Yo estaba acostumbrada a los halagos, pero estas miradas fueron demasiado insistentes”.

Fue Mendiola el que se acercó para contarle que estaban trabajando en un proyecto: “Hacer una hermosa fuente con una estatua” frente a la puerta de los Leones del bosque de Chapultepec.

“Querían que yo fuera la modelo. Me sorprendí tanto que me eché a reír. Pero esa noche no dormí un segundo”.

Al día siguiente, Mendiola y Olaguíbel insistieron y citaron a Helvia en el hoy desaparecido restaurante Tampico de la calle de Balderas: el comedero de moda entre los políticos y las estrellas de cine de la época: el mismo en que, dice la leyenda, se inventó la carne a la tampiqueña.

Fue en una servilleta donde El Indio Fernández le escribió a Dolores del Río el argumento general de “María Candelaria”. Fue en una servilleta donde el arquitecto Mendiola le dibujó a Helvia el boceto de lo que sería la Flechadora de la Estrella del Norte: la referencial e imprescindible Diana Cazadora.

“Les dije que sí, pero a condición de que se guardara el secreto… estaba en juego mi empleo y mi reputación”, relató Helvia.

“No tenga usted cuidado”, le respondieron; le preguntaron cuánto iba a cobrarles:

“Si cobro, no puedo exigir el secreto. No quiero nada”.

Siempre releo con deleite el relato de lo que ocurrió el día en que aquella joven llegó al estudio de Olaguíbel, en Obrero Mundial.

Le pidieron que se desnudara. Se negó. Insistieron:

“Es necesario que se desnude, Helvia”.

Entró al baño. Salió cubierta con un lienzo y subió al estrado. Una vez ahí:

“Arrojé el lienzo. Me entró una tremenda timidez. Vi el techo queriendo esconderme de sus miradas. Poco a poco bajé la vista y descubrí sus admirados rostros, sus ojos sobre mi cuerpo. Me latía el corazón”.

Un fotógrafo giraba a su alrededor, retratándola: “Los tres hombres me miraron, los tres hombres perdieron la serenidad”, dijo Helvia.

Una tarde, Olaguíbel le habló para decirle que la Diana estaba lista y que necesitaba tomarle una foto junto a ella: “Estaba mojada… y enorme, majestuosa, hermosísima”.

El secreto de la Diana Cazadora permaneció sellado a lo largo de 50 años. El caso de Helvia se une a través de una corriente secreta con el de la costurera Ernesta Robles, la modelo del Ángel de la Independencia, quien en 1903 accedió a posar ante Enrique Alciati a condición de que su identidad se mantuviera en el anonimato.

A Robles la había descubierto, en la penumbra de un salón de baile, el marmolista César Augusto Volpi. Quedó tan impactado que no dudó en presentarla con el encargado de realizar el conjunto escultórico que iba a acompañar la columna de la Independencia.

A cambio del secreto, y de un pago de tres pesos diarios, Ernesta legó a la ciudad el prodigio de su cuerpo. Durante medio siglo se vio a sí misma convertida en la imagen tutelar de la capital, presidiéndola desde lo alto, bañada completamente en luz, en oro.

La verdad afloró cuando un terremoto tiró el Ángel y, al pensar en la reconstrucción, las autoridades comenzaron a preguntarse quién habría sido la modelo. Una mujer que para entonces tenía más de 70 años de edad, y que vivía en una vecindad de la colonia Portales, les dio la respuesta: ella había sido “la irrepetible y portentosa Victoria Alada”.

Helvia se contemplaba también al pasar por el Paseo de la Reforma, tal como la vio el poeta Efraín Huerta: “metal, bruma y silencio”, “persistiendo a la niebla”, convertida “en esencia de horizonte” y también en “frágil sueño”.

Diez años más tarde volvió a posar para Olaguíbel: esta vez convertida en la figura central de la Fuente de Petróleos que, suspendida ante un chorro de agua, muestra con las manos el futuro.

En 1992, al cumplirse 50 años de la inauguración de la Diana, Helvia publicó el libro que develaba el secreto, y en el que cintilaban las fotos captadas durante aquella sesión histórica.

Tenía entonces 70 años y se vio brillar en Reforma durante 30 más.

Pero el sábado pasado, la ciudad perdió a su Diana Cazadora.

El Universal