Traidores

Macario Schettino

Alrededor de la discusión de la iniciativa de reforma constitucional en materia eléctrica, fue muy preocupante escuchar, de ambos lados del pasillo, la acusación de “traición a la patria” lanzada a los adversarios. Existe una definición clara del término, que es el apoyo a un país enemigo en un conflicto armado. El apoyar una propuesta, un conjunto de reglas, ciertas políticas públicas, puede resultarnos chocante, inapropiado, tonto, pero no es traicionar a la patria.

El uso fácil de este tipo de acusaciones puede redundar no sólo en una brecha insalvable, que impida negociaciones futuras, sino en violencia física, que aunque muchos la equiparen con la violencia verbal, es algo totalmente diferente.

En este caso en particular, creo que había razones de fondo para rechazar la propuesta presidencial, porque implicaba ceder todo el control del sistema eléctrico a la CFE, que no es sino una empresa, por muy del gobierno que sea, y con ello se ponía en riesgo incluso la seguridad nacional. Además de eso, se corría el riesgo de que sufriéramos desabasto, altos costos, y muy posiblemente daño ambiental. Lo primero podría poner en riesgo a la patria, aunque fuese una propuesta presidencial, pero ni siquiera así creo que se justifica la grave acusación.

Esta columna ha afirmado que el Presidente mismo es un riesgo a la seguridad nacional, porque su continuo ataque a los periodistas, la descalificación de sus adversarios, su frecuente uso del epíteto “conservadores”, para enfrentarlo con lo que él se asume, “liberal”, y recordarnos con ello una época de enfrentamiento fratricida, nos ha encaminado a este punto. Ha sido López Obrador el creador de esta polarización, que ha alimentado cuidadosamente por décadas, y desde que está en el poder, diariamente. Pero ese riesgo no lo hace un traidor a la patria.

Puede asegurarse que es narcisista, mitómano y megalómano, que no se detiene ante nada en su afán de concentrar el poder en su persona. Habrá incluso quien lo acuse de perversidad. Pero traicionar a la patria es otra cosa.

Y si al líder, promotor de la polarización y rey del insulto cotidiano, no lo podemos acusar de eso, mucho menos a sus seguidores. ¿Podría uno pensar que la oficialía de partes que representan Sergio Gutiérrez Luna e Ignacio Mier en la Cámara de Diputados superaría a su jefe? Si apenas pueden seguir instrucciones, sin criterio o creatividad. ¿O achacar a Mario Delgado o Citlalli Hernández, dirigentes de Morena, intención alguna de rebasar a su líder en este tema? Es cierto que ellos han propiciado que este tipo de acusaciones se lance a diestra y siniestra, y con ello se convierten en fuente de odio y agresión, y se reducen los espacios al diálogo y la negociación propios de la política. Pero eso no es traición a la patria.

Tener una visión diferente de lo que debe ser México no puede ser una traición, porque todos seríamos traidores. Cada uno de nosotros se imagina un país diferente, porque diversa es nuestra experiencia, nuestro conocimiento y nuestra circunstancia.

Todas y cada una de esas visiones del México futuro tienen la misma validez. Eso es precisamente la igualdad en la dignidad que es la base del liberalismo y la democracia. Y todas esas visiones deben poder argumentarse y discutirse, y a la postre, votarse, cuando lo negociable termine.

En el largo plazo, ninguna visión resulta superior al resto, es la complementación entre ellas lo que permite construir sociedades competitivas, saludables y justas. Es por eso que la democracia es la mejor forma de gobierno, a pesar de las dificultades que entraña: porque el resultado de la conversación es siempre mejor que las opiniones iniciales. Mantengamos la democracia y la conversación. Dejemos de lado acusaciones absurdas.

El Financiero